La abuela vive, la lucha sigue

Sexto aniversario de la muerte de Amparo Pérez, la anciana que se levantó contra la expropiación de su finca para construir un segundo vial en Las Llamas
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Entre las muchas cosas que cambian cuando en la vida de uno aparecen esos locos bajitos, está la sorpresa de que hay cosas que le han pasado a uno y de repente ya no te han pasado sólo a ti.

No es que en la familia Pérez Santamaría les coja de sorpresa esta sensación: la abuela, Amparo, es para ellos un asunto de familia, pero también se convirtió en un símbolo para parte de la ciudad por su enérgica y digna lucha contra la expropiación de su casa para la construcción de otro vial en Las Llamas.

Amparo, acompañada de sus nietos

Amparo, acompañada de sus nietos, Marco y Mar

Pero en el lapso de tiempo que ha pasado desde su fallecimiento, hace ya seis años –en una fecha que conecta con la cita histórica del incendio de 1941—ha dado tiempo a bastantes cosas: desde la anulación del PGOU hasta el inicio de un proceso para redactar uno nuevo con una fase previa participativa impensable hace años, pérdida de mayoría absoluta del PP mediante.

Es una cita a la que la familia se asoma con “bastante tristeza” por “todo lo que estuvimos padeciendo”, con el dolor habitual de una pérdida a la que se suma el recuerdo de la lucha, los desprecios, el ingreso en la UCI…, según recuerda para EL FARADIO Marco, su nieto y cara visible de la crisis.

Pero también con el reconocimiento a que “desde entonces se ve más implicación en la ciudad, en las protestas”, como si, después de años de abusos en los que las víctimas estaban más solas, “mi abuela despertó la ciudad”.

En lo personal, los bebés que llegaron después –alguno a la vez, mientras Amparo estaba en la UCI—ya no son tan bebés (6 y 4 años) y empiezan a cambiarlo todo. También, los recuerdos.

Un día, Marco se encontró con su hijo gritando por el pasillo “Amparo vive, la lucha sigue”, el lema que se hizo popular esos meses y, sobre todo, después.

¿Qué había pasado? Semanas antes, la familia había acudido al homenaje que cada año recibe la abuela y esas esponjas absorbieron, también, esas frases, que ahora sueltan con frecuencia. Desde entonces, lo “chapurrea” y lo repite “cada dos por tres”.

Otro día, se toparon con un mural que, frente a la S-20, recrea a Amparo mirando donde estaría su casa. Su hija, al verlo, señaló: “Mira, Amparo vive está ahí”.

¿Cómo se le cuenta a unos niños que están descubriendo todo que la abuela a la que conocen por las fotos es mucho más que un recuerdo de su familia?

“Mi abuela luchó y yo quiero que al menos quede en la memoria. Intento que ellos lo entiendan, que el día de mañana lo entiendan todo y se involucren en la ciudad que queremos, nosotros, los ciudadanos”, explica.

UN SANTANDER DE PUEBLOS Y BARRIOS QUE SE RESISTE A DESAPARECER

En esta familia, y seguramente no lo quisieron así, lo personal es colectivo. El hogar que se tragaron la piqueta y el vial era una casa de pueblo, con su huerta, con sus gallinas, como pudieron comprobar los participantes en la acampada en la finca el día que se iba a intentar su desalojo.

Imagen antigua de la desaparecida casa de Amparo Pérez

“Esa casa la construyeron ellos, fue la primera de la zona. No llegaban ni los camiones: tuvieron que bajar las piedras por las callejas”, cuenta, rescatando los relatos familiares, así como una infancia en un entorno en el que “se conocía todo el mundo” y que “añora” al ver que hoy esos lazos son más escasos y como desde el parque de Las Llamas “sólo veo cemento, cemento y más cemento” frente a esa “esencia de pueblo”.

Y el negocio familiar de los Pérez Santamaría fue una tienda de ultramarinos, un supermercado de barrio en el que sus padres trabajaron 40 años.

“Éramos unos vecinos más, conocíamos a todo el mundo. Hoy en las cadenas se va perdiendo esa relación. Y los que estamos en locales de barrio damos vida a los barrios”, señala, confirmando, sin quererlo, que, al final, todo su legado, el de Amparo y la familia, en vida y después, ha sido tejer lazos.

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