Epílogo a un caminar

Razones para recorrer el Camino Lebaniego. Cada cual con las suyas.
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El tramo final hasta Santo Toribio de Liébana es una cuesta de dos kilómetros en la que resulta imposible no mantener fija la mirada en la montaña y la duda en la cabeza ¿dónde está?

Los monjes que eligieron Liébana para retirarse a la vida contemplativa supieron lo que se hacían. Y es que no es hasta los últimos metros cuando aparece el imponente edificio que rompe el paisaje de verdes profundos presentándose como una especie de coloso de piedra. No puedo imaginar Santo Toribio lleno de peregrinos, pero la enorme explanada delantera y las indicaciones para autobuses y coches me hacen pensar que esta soledad es sólo un espejismo.

Soy afortunada, aunque no tanto como lo fue Marga durante su infancia.

MARGA

Marga, en el carro, junto a sus vecinos, hermanos y su padre (de perfil apoyado en la carga)

Ahora es una mujer madura con una vida hecha y mil historias que narrar. Marga puede hablar de cualquier cosa y lo hace de esa manera que solo dominan quienes han pasado media vida contando buenas historias. No creo que esta mujer que creció jugando en las montañas junto a Santo Toribio pudiera haberse dedicado a otra cosa que no fuera el periodismo. Es una contadora de historias de las que cautivan en cada frase, de las que dominan las palabras con tanta destreza que hasta la información más compleja discurre desde su garganta hasta el cerebro de quien la escucha sin esfuerzo, como si ése fuera su camino natural. Media hora con Marga es una vida de conocimiento. Esta periodista por nacimiento -su padre fue Alfonso Pereda uno de los locutores más populares de Radio Cantabria- lo sabe todo sobre Santo Toribio y no sólo porque lo haya aprendido en los libros, sino porque lo ha vivido.

MONASTERIO Y CUARTEL

Nació pocos años después de que el Monasterio fuera ocupado de nuevo por una orden religiosa. Y es que tras siglos de vida como monasterio benedictino, la contemporaneidad para Santo Toribio empezó con la desamortización, siguió como cuartel de Infantería en la Guerra y cerró capítulo al volver a ser ocupado de nuevo por la Iglesia a inicios de los años sesenta cuando los Franciscanos se hicieron cargo del edificio para devolverle su función como lugar de peregrinación. Fue entonces cuando San Toribio comenzó a recuperar protagonismo y lo hizo en gran medida gracias a la labor de promoción y comunicación de un hermano, Desiderio, y de un periodista, Alfonso Pereda.

Marga habla de aquellos tiempos con la misma familiaridad con la que menciona al Beato de Liébana, el monje del siglo VIII que escribió los comentarios al Apocalipsis, el primer libro ilustrado conocido.

Con los años y una vida vivida lejos de Cantabria, Marga ha regresado a vivir junto a San Miguel, una de las 15 ermitas que rodean Santo Toribio. Ahora echa una mano a los hermanos recibiendo peregrinos.

El rato que hemos pasado con ella ha sido el epílogo perfecto a nuestro caminar. He vuelto a recorrer uno a uno los kilómetros andados para comentar con ella mis impresiones.

Rocío esperando la ambulancia

LOS AMIGOS DEL CAMINO

Le he hablado de Chabela, que nos dio de beber cuando estábamos sedientos; de Juan, el valenciano que no sabe nada de salmones pero parece decidido a quedarse junto al río Nansa; de Diana, la joven rumana que comparte vida en Cicera con David, dueño del único bar abierto de la comarca; de Flori y de Mijail, dos paisanos de Diana que cambiaron los Cárpatos por los Picos de esa Europa donde los verdaderos peregrinos son quienes emigran para buscar otro milagro: sobrevivir; de Nuria, la vecina de Bruno que secó sus lágrimas para despedirme diciendo que no estaba encantada de conocerme porque no querría que nada de lo que pasó el lunes hubiera pasado, y de Rocío, su vecina que oteaba el horizonte esperando a la ambulancia. Le hablé del semblante serio de agricultores y ganaderos cántabros cuando se cruzan con turigrinos que molestan a sus vacas a base de flashes.

CUPRESSUS SEMPERVIRENS L

Caminamos juntas los 5 últimos metros del camino hasta llegar a ese fragmento de madera de la especie Cupressus Sempervirens L, una variedad de ciprés autóctona de Palestina y con una antigüedad superior a los 2.000 años, según las pruebas realizadas en 1958 cuando un franciscano y un periodista querían contarle al mundo que existía un lugar oculto entre montañas al que peregrinar. Que esa datación signifique que el trozo de leño de Santo Toribio formara parte de la cruz en la que murió Jesús de Nazaret o que un análisis con las técnicas del siglo XXI dijera otra cosa es algo sobre lo que no toca hablar. El lignus Crucis sigue siendo el principal atractivo del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, el destino del camino que he seguido desde que salí de Córdoba el sábado pasado. Y a pesar de ello, he caminado 73 kilómetros con la certeza de que no era la reliquia el motivo de mi viaje. Entonces ¿por qué?

Paco, que se ha ocupado de buscar cada ruta

LA MOTIVACIÓN

El lunes, Óscar Allende, de El Faradio me hizo esa pregunta en su programa de radio. Respondí mintiendo como seguramente hará buena parte de quien recorre los caminos de peregrinación más de mil años después de que el cristianismo se consolidara en Europa. No soy creyente, pero empiezo a convertir lo de recorrer montañas en una religión, con sus dogmas, sus mandamientos y sus penitencias. Soy una recién llegada, así que delego en quienes saben. No he preparado ni una sola de las rutas. Lo aclaro por si alguien ha llegado a pensar leyéndome estos días que soy capaz de hacerlo. La elección de los caminos ha sido tarea y regalo de quien me ha acompañado.

No digo que no sea el fervor el que mueva a algunos, digo que las razones para caminar son tantas como caminantes. Y cuando salí de Córdoba hace cinco días tenía unas y ahora, tras lo vivido, tengo otras. Y las que quedan por venir. Así que caminemos, que las razones llegarán.

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