Una poética de la migración

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No pertenezco al grupo de quienes confían –piensan, creen, opinan- que el arte puede cambiar el mundo. Más bien, tengo para mí que es el mundo el que hace cambiar al arte. En cualquier caso, es el arte el que se cambia a sí mismo, sin que el mundo cambie, mucho menos a mejor. ¿Quiero decir que no tiene ningún –o poco- valor, el arte, con independencia del precio que le pongan? Por supuesto que tiene valor: para empezar el de satisfacer las necesidades estéticas de los pocos privilegiados que pueden acceder a él. Y hace el mundo más soportable, que lo es, soportable, solo como fenómeno estético en sí mismo, según sentencia de Nietzsche. Y puede sensibilizar a quienes su sentido estético de la existencia se compadece con su sentido ético…Pero, cambiar el mundo, no, no es ningún motor de cambio.

Por poner un ejemplo de grandes dimensiones: Picasso no habría recibido el encargo de pintar el “Gernika”, si Gernica no hubiera sido bombardeada. Una vez ahí, el cuadro puede contribuir a concienciar contra la guerra, durante más menos tiempo, pero no por ello ha dejado de haber guerras, con sus bombardeos. Otro ejemplo, en forma de pregunta: ¿existiría el románico sin el oscurantismo del momento de la historia en el que apareció?, fue consecuencia, no causa. Sí, también, el arte puede, no siempre, embellecer parcelas del mundo, pero no cambiarlo como tal, ni orientarlo en direcciones deseables. Y puede meter el dedo en las llagas del mundo, cuando se ocupa, no de temas, sino de hechos dolorosos, por los que el mundo sangra.

Es, entre otros, el fenómeno de la migración, que ha llegado a adquirir un grado de tragedia insoportable. No son pocas las formas de expresión artística, que han puesto su atención en él. Entre ellas, la literatura dramática. Acabo de leer una obra escrita para la escena, “Imágenes del Otro Lado”, de la que es autor Juan Manuel Freire, profesor de Literatura, jubilado, en quien la dedicación a la enseñanza ha convivido con su pasión por el teatro. Es, además, fundador de la Agrupación escénica “Unos Cuantos”, que pone en escena obras de las que Freire es autor, y también las dirige.

Actualmente, “Unos Cuantos” viene representando la obra, que me ocupa en estas líneas, que aún no he visto, pero sí he leído. Y es que el teatro pertenece a un género literario, el dramático, y es susceptible de ser publicado como libro, y ser leído, si bien, seguramente, sus autores prefieren que sean vistas y oídas sobre un escenario. Ambos destinos no son excluyentes, claro. No es este el único texto dramático que Freire ha llevado a la imprenta: “Y don Quijote se hace actor” es libro que leí y, también, vi representado en un teatro.

Como todos los textos, escritos por Freire para la escena, “Imágenes…” se extiende a lo largo de un tema, de un argumento, que confiere a la obra una unidad conceptual, tan impecable, como precisa. La argumentación, atravesada por el argumento, se presenta divida en partes –cuadros, escenas, “instantáneas”, “imágenes”…-, de no mucha extensión textual, que presentan los distintos aspectos del argumento, o tema, en el caso de “Imágenes…” la migración, que en 11 escenas la disecciona, mostrando todas y cada una de las situaciones ambientales, sociales y personales, que gravitan sobre quienes se ven obligados a exponer sus reales vidas miserables, en pos de una incierta “vida mejor”.

El lector se pone en situación, y va ensamblando las partes, transidas de tragedia, ayudado por las abundantes y detalladas acotaciones, por las que el autor da al contenido la forma escénica, por más que la articulación definitiva de las partes le correspondería al director de la función, que en este caso es el propio Freire. En el texto se cierra cada parte con un OSCURO, como si no hubiera transición a la siguiente, pero que en realidad expresa que cada parte, sin dejar de ser una parte de la tragedia, es una tragedia en sí misma.

Leo cada una de las “Imágenes…” como una estrofa de un poema compuesto por otras 10 estrofas. Un poema que, sin dejar de ser épico, se dice con un lenguaje con una carga emocional profunda, en el que el apasionamiento por el tema comparte la ternura por sus desgraciados protagonistas, a los que, tal se diría, el mundo quiere arrojar a los márgenes de la Historia. El realismo más crudo sería su estilo, si no fuera porque Freire abre espacios para que la palabra respire aires de ilusión, tan forzada como necesaria, mediante un lenguaje portador, a veces, de referencias míticas, fantásticas, que trasladan la desgracia a los ámbitos de los sueños por cumplir.

En efecto, “Imágenes…” no va a acabar con la tragedia de la migración. Todo apunta a que se intensificarán los sufrimientos de personas a las que no se les reconocen como tales. Pero sí sirve –esa es una de las utilidades de lo inútil- Para que quien lea el libro y/o asista a su representación alimente su conciencia y avive su sensibilidad, sabiendo en y de qué lado está. He leído el libro y, por distintas razones, he perdido algunas oportunidades de verlo y oírlo en cuerpos y voces, que vivan en las tablas, con toda su carga de emoción a cuestas lo que los migrantes viven en la despedida, en el mar, en la ausencia, en las vallas…

Confío en que haya alguna más. Oportunidad, digo.

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