Voluntarios, la otra familia de los niños saharauis con discapacidad

El albergue municipal del Ayuntamiento de Piélagos en Boo acogió durante los meses de julio y agosto a 16 niños saharauis con discapacidad severa que participaron en una nueva edición del Programa ‘Vacaciones en Paz’ organizado por la ONG Cantabria por el Sáhara.
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Más de un centenar de voluntarios, 127 en concreto, decidieron este verano hacer un alto en sus vidas, en sus trabajos y en sus quehaceres diarios para pasar unas jornadas en el Albergue municipal del Ayuntamiento de Piélagos en la localidad Boo.

 

Las instalaciones municipales acogieron durante los meses de julio y agosto a 16 niños saharauis con discapacidad severa que participaron en una nueva edición del Programa ‘Vacaciones en Paz’ organizado por la ONG Cantabria por el Sáhara.

A diferencia de los otros 34 menores, que junto a ellos llegaron desde los campamentos de Tinduf en Argelia, no se alojaron con familias cántabras de acogida sino que la suya fue una familia numerosa, formada por todos esos hombres y mujeres de todas las edades y profesiones, llegados no sólo desde distintos puntos de la geografía nacional sino también europea.

En su viaje a tierras cántabras para poder ser evaluados por un equipo multidisciplinar, algo impensable en los campamentos de refugiados donde el ratio de médicos es de uno por cada 10.000 habitantes, estos pequeños estuvieron acompañados por alguien a quien conocen bien, una mujer que vive con ellos en el desierto, Rossana Berini.

Italiana de nacimiento, pero ciudadana del mundo por vocación y de corazón, esta mujer que dice haber encontrado primero a los niños de Chernobil y después a los saharauis, decidió que viajando de Italia al Sáhara y de Sáhara a Italia, como hacía diez años atrás, “no estaba ni en un sitio ni en otro”.

Por ello, en 2017, a través de la ONG ‘Río de Oro’ que preside puso en marcha el proyecto ‘Casa Paradiso’, que vio la luz en 2019. Desde entones, acoge a niños con discapacidad, algunos de los cuales regresan los fines de semana con sus familias, mientras que otros viven con ella permanentemente.

Todos nacemos con un camino escrito que, en ocasiones, es difícil de encontrar, pero yo lo he hecho, afirma esta mujer que reconoce que, desde pequeña, siempre estaba más cerca de la gente marginada. “Quería ser misionera, pero también madre. Dejé mi sueño de ser misionera hasta que tuve tres hijos, pero me faltaba algo”, explica.

Rossana Berini afirma que sus hijos biológicos están allá -en alusión a Italia- y en su corazón, pero ahora, subraya, “vivo con mis otros hijos”.

Preguntada por la vida diaria en los campamentos de refugiados es optimista. Asegura que, por una parte, es fácil porque “tenemos buenas condiciones que hemos conseguido con el tiempo”. Sin embargo, reconoce que “lo difícil es no poder abarcar todo, dejar niños atrás sabiendo que con todo lo que tenemos en Europa podrían mejorar muchísimo”.

“No me falta de nada, pero cuando veo que niños que no puedo atender es difícil de aceptarlo”, apostilla.

“Siempre recibes más de lo que puedes aportar”

Eva Montero, una fisioterapeuta madrileña, siempre se ha sentido muy cercana a la causa saharaui. Además de la niña que estuvo en su casa, el pasado mes de febrero viajó a los campamentos, donde conoció a Rossana Berini y su ‘Casa Paraíso’.

Me habló de que este verano iba a estar por Cantabria y aunque ya no tenía vacaciones porque las dedico a otros proyectos durante el año, he tenido la oportunidad de pasar un fin de semana en el Albergue de Boo, cuenta esta joven, quien incide en que, como cualquier proyecto de voluntariado, “nos aporta aprendizaje porque siempre recibes más de lo que puedes aportar”.

Es más, se muestra convencida de que cualquier persona puede aportarles algo. Lo que hace falta, aclara, es “una actitud bonita y ganas de ofrecer dos manos”.

Para Carlos Martínez, un joven procedente de Ayora, en Valencia, su paso por el Albergue municipal de Boo ha supuesto su primera participación como voluntario en el Programa ‘Vacaciones en Paz’ que conoce desde niño, porque en su familia “siempre he tenido primos saharauis”.

Diseñador gráfico e ilustrador, decidió aprovechar su condición de trabajador autónomo para pasar una semana en Piélagos, después de que Mamen, una chica de su pueblo que conoció a esta asociación en los campamentos de refugiados, le animase a venirse juntos a Cantabria este verano. “Yo creo que esto es un estilo de vida”, recalca este joven quien admite que “siempre he sentido que tenía que ayudar”.

En su opinión, la muestra de que todos los voluntarios llevan “algo dentro” es que cada uno se dedica a una cosa (en Boo ha habido fisioterapeutas, médicos, abogados, maestros, diseñadores, amas de casa …), pero, entre todos, su fin no ha sido otro que poder ayudarlos y verlos con una sonrisa cada mañana.

“A mí personalmente, me llena ayudar a los demás”, asevera este valenciano, quien reconoce su sorpresa por ver como todos los vecinos de alrededor del Albergue se acercaban a echar una mano.
Aunque ha sido su primer voluntariado con niños con necesidades especiales, después de los primeros días en los que intentó observar mucho, se ha dado cuenta de que “todo son miedos que nos metemos dentro, pero no es tan difícil”.

Es más, anima a todo el mundo a vivir esta experiencia porque cada uno se dedica a lo que puede: hay gente que se atreve más con los pequeños, otros al entretenimiento, pero, al final, “toda ayuda es buena”.

Carlos Martínez añade que el voluntariado es muy interesante porque, además, te permite conocer a mucha gente, cada uno de una parte de España.

“La experiencia de ayudar a los demás y, al final, a nosotros mismos”

Ricardo Fernández Sandoval y María Ávila tienen mucho en común y es que, además de su procedencia, ambos viajaron a Boo de Piélagos desde Sevilla, los dos son estudiante de Medicina.

Para Ricardo Fernández Sandoval su primera experiencia como voluntario con niños con discapacidad, le resultó “bastante impactante al principio”, pero luego asegura que le trajo “muchas recompensas y satisfacciones”. “Es muy gratificante”, subraya.

Este joven se muestra convencido de que “todo el mundo puede echar una mano” y pone como ejemplo su propio caso. Nosotros -en referencia a su compañera María y él- estamos acompañando porque tampoco sabemos tanto de Medicina, estamos en el camino, pero el hecho de tocar la guitarra, los tambores o simplemente jugar con ellos es “otra forma de aportar tu granito de arena”.

“A mí me asusta e impone la discapacidad, pero animo a dar el paso para intentar vivir la experiencia de ayudar a los demás y, al final, a nosotros mismos”, concluye Ricardo.

Por su parte, María Ávila, regresó a Boo de Piélagos a finales de agosto con su amigo Ricardo después de una primera estancia de una semana en julio.

Esta sevillana cuenta que a principio de año quiso tener una experiencia de este tipo y estuvo estudiando la posibilidad con su antiguo colegio porque tiene una casa en Tánger. Al final, aquello no salió, pero hablando con gente que conocía este proyecto, me informé sobre lo que estaba pasando en el Sáhara y me di cuenta de “lo importante que era dar a conocer la causa”, explica esta joven estudiante de medicina

Entre los que considera algunos momentos especiales del Programa ‘Vacaciones en Paz’ en Piélagos destaca el caso de una niña sorda a la que han puesto los audífonos aquí, así como esos otros menores que van a volver para operarse en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.

 

 

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