De la mujer y el olvido

Una tribuna de Verónica C. Montero en clave feminista y de memoria histórica, recordando a mujeres que se ha pretendido que queden sepultadas, pero cuyas historias merece la pena reconocer
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por Verónica C. Montero. Representante de Izquierda Unida en la Plataforma Memoria y Democracia de Cantabria

Esta tribuna está dedicada a todas las víctimas obviadas por la Historia reciente de nuestro país. En particular, infantes y mujeres, sin ideología alguna, que soportaron el peor de los calvarios y el posterior olvido de su paso por la tierra. Seres humanos, de días, años, o longeva existencia. Un amplio abanico de momentos vitales con igual resultado: hacinamiento, frío, hambre, dolor, maltrato y muerte.

Podría tirar a lo fácil, a hablar con motivo de la celebración que nos ocupa, el 8 de Marzo, sobre las fantásticas vidas de grandes mujeres como Matilde Zapata o Matilde de la Torre. O bien, de Campoamor y Montseny, a quienes debemos un grandioso avance en derechos y políticas democráticas todas las mujeres.

Pero no, a pesar de la admiración que servidora tiene por ellas, prefiero dar voz a quienes la represión dictatorial fulminó de los anales de la memoria.

Prefiero contaros un poco de la historia intramuros de las cárceles de mujeres, los conventos del Patronato de la Mujer, los niños que fenecieron bajo las bombas, o jóvenes condenados a muerte sin cometer delito probado, más allá de una sentencia sumarísima sin defensa ni argumento.

El actual colegio Ramón Pelayo (calle Alta) fue el centro penitenciario femenino de referencia en Santander, aunque no por ello el único, como explicaré más adelante. Allí, desde 1937 hasta 1948, miles de mujeres, recién nacidos, niños, campesinas, amas de casa, analfabetas muchas de ellas e ignorantes acerca de política, vencedores o vencidos, conocieron la penuria y el sufrimiento de forma extrema. No solo los rapados, los paseos, el ricino o la tapia final. A la tapia muchas no llegaron porque no fueron capaces de sobrevivir a tanto tormento.

Las otras reclusas, que esta vez no vivían en una cárcel al uso, sino en un convento de las monjas Oblatas (calle del Monte), disfrazando,con su aparente caridad, un régimen de palizas, explotación y maltrato hacia niñas de todas las edades. Niñas, porque era un centro exclusivamente femenino.

Si hablamos de los niños fallecidos bajo las bombas hemos de volver al 27 de diciembre de 1936, cuando falleció Mari Ángeles Fernández Otí (9 años), cuya familia ha solicitado en muchas ocasiones, no solo dignificar su memoria, sino la de todas las víctimas de aquel aciago día. La regidora municipal, tan gustosa de llenar Santander de placas a los ilustres, se niega a honrar con un monolito a estas víctimas, aunque, gracias a Elena Fernández Otí, que pudo contarlo, y a Margarita Valdeolivas, también superviviente (aunque mantuvo un manto de silencio y opresión de lo sucedido hasta la senectud), conocemos el hecho de primera mano.

Y tampoco quiero que olvidemos a las Rosas Rojas de Cantabria: Pilar Benito, Guadalupe Fernández, Pilar González, Alejandra Bañuelos, Damiana Pérez, de 18 años, la menor de todas ellas, Manolita Pescador y otras 5 mujeres desconocidas, así como las más de 60 mujeres fusiladas en Ciriego. Es especial y llamativo el caso de la jovencísima y bellísima vecina de Monte, Manolita Pescador, cuyo novio estaba en el pelotón de fusilamiento, apuntando sin poder mirar a su amada, quien gritaba y lloraba por su vida.

Por todas ellas, las que ahora hemos recordado, de las que conocemos su nombre y por las que no conocemos. Honor, verdad, justicia y reparación.

 

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