
EuroNight. Deriva en el concierto de PIS, Somos la Herencia y La URSS
por Dani Méndez
Imagen de portada: PIS
El descenso de latitudes se refiere al movimiento hacia el ecuador desde las regiones polares. En el hemisferio norte esto implica avanzar hacia el sur. Es también una forma de caída, una deriva climática y contextual.
Nos desplazaremos entre coordenadas para recorrer el territorio de quienes participaron en la noche del sábado 17 de mayo de 2025.
Latitud 47.56°
La noche suiza se eleva sobre la vega del Rin y con la puntualidad milimetrada del engranaje televisivo da comienzo a las 21:00, Eurovisión.
Recuerdos distantes que el tiempo ha diluido. Cuando, de niño, lo veía con mi madre y mi hermana. Mucha gente sigue ahí, atrapada en un recuerdo de infancia donde ni el criterio ni el buen gusto han encontrado su lugar. Consumidores de éxitos y mix diario disfrutarán de las canciones que han preparado 26 exponentes de la nada.
No hablaré de “la que no se puede nombrar” ya que ocupa demasiados medios. Además, existe el rumor que si dices su nombre tres veces tocará en la verbena de tu ciudad este verano.
Latitud 43.46°
En el New llevamos el ritmo cotidiano. Apuro la luz estival que alumbra tenuemente el cielo y augura la llegada del turismo a la ciudad. Son casi las diez, a través de las puertas y el aire que las separa oigo el canto del cisne traído por PIS. Su directo apuesta por una energía necro-romántica, casi hasta la desesperación nostálgica.
Con la prosa exhaustiva de quien quiere escribir un libro se suceden las canciones, enmarcadas por sintetizadores entre lo darkwave y lo postpunk pasando por sonidos digitales a ritmo de pasodoble. —Es un maravillado por la literatura gótica— pienso. Un anti-crooner en cuyo interior conviven Baxter Dury y GG Allin.
Entonces empezaron los golpes. Algunos esperaban este momento, el gesto de otros evidenciaba que no. El impacto contra el suelo, el golpe sordo sobre la piel, su cuerpo trepando desde el suelo hasta el Korg para hacer sonar una melodía delirante. Ojos en blanco, las gotas de sangre que descienden por la gravedad y tiñen los dientes tatuados del cráneo. —Lo dicho, literatura gótica—.
Recordé a Juanita cantando “Ver correr la sangre. Es emocionante. Cuando tu vida. Es aburrida. Siempre mejora con alguna herida”.
La extravagancia está servida ante un público poco acostumbrado a ello, una muestra de oscuro underground que no parece propio de Cantabria. Y es que, señora, si algún día su hijo graba una maqueta probablemente lo haga en el estudio de este tipo, si es que no lo ha hecho ya.
Salimos y el callejón se inunda por el vapor que expulsamos a la espera del siguiente concierto. INFEST ha organizado una velada en tres actos, poco a poco nos conducen hacia el sur.
Latitud 40.41°
—Es un concierto para gente muy alta—, no me puede pasar como la última vez que les vi junto a Sal del Coche en el Antzoki, así que adelanto a primera fila. El público huele distinto, mejor. Un olor aséptico, oscuro y vacío que antecede la destrucción del silencio que trae Somos la Herencia.
La emoción más antigua e intensa es el miedo, decía Lovecraft. Y entre todos los miedos, el más intenso es el miedo a lo desconocido. Eso hacen, hablarnos desde un nuevo idioma con imágenes concretas e inquietantes. Todo aplastado por un muro de ruido y secuencias.
El acople es un pre-lenguaje, se comunican como un sonar submarino reverberando en nuestros tímpanos. Me sentí como cuando mi madre nos metía la cabeza bajo el mar para prevenir los constipados. Y salir del agua con la nitidez de percibir cada sonido a la perfección.
Atrás quedó la definición de mil secuencias y el caos milimetrado. La puesta en escena de Joven Predicador es pura liberación de energía, ruido del que tardas en recuperarte, del que financia audífonos.
Sigue avanzando la oda a la testosterona que inició Alex Pis hasta su expresión más cruda. Porque qué voy a decir, ver a un tío gritándole al interior de una caja de madera mientras se tambalea y cae por el escenario sin parar me conquista. La voz guiada por un espíritu hooligan que en ciertos puntos recuerda a Death Grips con un extremo screamo. Noise violento que te deja fresco como una bofetada.
Latitud 37.16°
Tras la cortina del New, asoma la cabeza de Áfrico, como si fuera decorado. Apenas un gesto deformado por la distorsión con la que concluía La Herencia. Era un duende antes del salto,
Empezaron y de un barrido quedó atrás el histrionismo de sus inicios, estirpe de los Kennedy que hoy fagocitan grupos como Finale. La URSS suena a lo de antes y a lo de ahora, feroz, y paradójicamente limpia, fresca aún tras veinte años de escenarios. Esta gente ha sabido evitar el proceso de momificación. Más post que punk, son vestigio de que los pantalones ajustados no pasaron de moda.
Una curva de consumo ascendente la cual seguimos con la emoción del directo. Traen su Andalucía de fiesta y violencia pero no como un ritual de golpes en pecho. Se parece más a un cabaret de variedades en base de batería bajo y guitarra, como si Lola Flores fuese un derrumbe lento.
Un concierto del que sales tambaleando. Y con la epifanía del agotamiento asumes la certeza de que toda la mugre, el sudor, la distorsión acabará desapareciendo.
—La música no nos salvará—. Pero deja marcas. Y a veces, eso es todo.
Latitud 31.50
En una tierra donde imaginar fuera libre, las latitudes terrestres serían como platillos que podríamos girar.
Así, situaría cada ciudad de nuestra velada en una línea vertical, una a continuación de otra. Y tiraría una cuerda hasta donde la noche es fuego y los proyectiles siembran escombros.
Porque entre Granada y Santander (699km) sería una distancia mayor que la que separaría Granada de Gaza (628km).
La mañana siguiente, las noticias son similares a las del año anterior durante la velada de Eurovisión. Fuera de los focos de la UE, 140 muertos la noche del sábado, 144 el domingo. Tras la luz reflejada por los trajes de lentejuelas, aún hoy sucede el asesinato silencioso del hambre programado.
Pero la distancia real entre estas ciudades es otra.
Llego a casa pasadas las tres. Tauro terco, no te duermes sin cenar. Mastico un pan de pita y pienso en la música aún latente en mis oídos, es el anticipo de una futura sordera. Voy al baño y me lavo la cara. Miro al espejo aún con la cara húmeda y las ojeras marcadas.
—Mélody. Mélody. Mélody—.

Somos La Herencia

La URSS