Natalia Huarte entra en trance para dar vida al sufrimiento, la fuerza y la alegría de Leonora Carrington, una artista “inabarcable”
Hay días de ensayo que Natalia Huarte entra en una especie de “trance” al interpretar a Leonora Carrington, la artista surrealista británica que fue torturada farmacológicamente en el sanatorio del Doctor Morales, en un Santander cuyas élites de entonces nos hicieron contraer una deuda que no es nuestra culpa, pero que sí podemos ir reparando, al premiar con reconocimiento al médico –con un parque a su nombre-, pero no a una pintora que, más allá del sufrimiento, tiene un prestigio y legado internacional que en parte se fraguó cuando aquí descendió a ese “desde abajo” del subconsciente y los infiernos.
Resulta especialmente apropiado esto del trance para una figura, la de Leonora, que hablaba del tarot, que conectaba con los animales y la naturaleza, que se alejaba del convencional catolicismo imperante –en general, de todo lo convencional- y que hace un siglo abrió todos esos caminos hoy más transitados.
Natalia Huarte, con quien charlamos en EL FARADIO, es quien da vida a este espíritu transgresor, combativo e “inabarcable” en ‘Leonora’, obra de teatro escrita y dirigida por el premiado dramaturgo Alberto Conejero –en la que no es su primera incursión en los pliegues de la memoria y Cantabria, ya que es responsable de que más personas conocieran, a través de ‘La piedra oscura’, la historia de Rafael Rodríguez Rapún, el secretario de La Barraca, última pareja de Lorca, enterrado aquí en Ciriego–, en un texto publicado por Pepitas de Calabaza. La obra se estrena la semana que viene, los días 10, 11 y 12, en el Centro Cultural Conde Duque, en Madrid.
Hay un paralelismo entre Leonora y Natalia. En la obra, Leonora, en primera persona –importantísimo que sea ella quien cuente su historia, tras tantas vejaciones, intentos de robo y olvido forzado—se proclama como un lienzo en blanco. En sus memorias de su tortuoso paso por Santander, ‘Memorias de abajo’ –esta obra no es una adaptación de ellas- explicaba la conexión de su cuerpo con la tierra, con los sufrimientos del mundo, con países enteros, un poco como esa médium que se convierte en la puerta de entrada de otras cosas.

Leonora Carrington
Y Natalia, al final, –que sostiene la obra sola en el escenario, sin más reparto, y con una escenografía sobria– pone el cuerpo para darle vida, prácticamente “invocándola” y “dejarse guiar” en una historia que tiene que ver con algo que podrán reconocer las muchas “Leonoras” que existen, que verán la propia representación: cómo el cuerpo de la mujer es objeto de juicios en todas las etapas de su vida (la Leonora niña, la Leonora que recibe “la primera sangre”, la Leonora mujer, la Leonora ‘pareja de’ (Max Ernst), la Leonora que sufrió una agresión sexual múltiple por una manada falangista en Madrid y la Leonora a la que la tortura psiquiátrica le causó dolor físico, cruzando cuerpo y alma, dejando pasar el dolor a través de su cuerpo.
Sería muy fácil, casi obvio, centrar la obra en el dolor, caer en el “regodeo” en el sufrimiento y el trauma. Pero en el “increíble” texto de Conejero, un autor que supo cuadrar llegar a lo profundo de Rapún o del maestro Benaiges y a la vez encontrar aquello que esas figuras tienen de colectivo, el miedo, la ilusión, lo que perdimos, no es que se rehúya –es prácticamente imposible–, pero cuando corre el riesgo de convertirse en lo único, en dejarles “atascados” ahí, el Conejero director logra el cambio de ritmo.
Es decir, Leonora, encarnada en Natalia, “avanza y sigue” (hasta el punto de que dejó un legado artístico objeto hoy de respeto generalizado), luce “salvaje” porque esta mujer, “indomable”, “nunca se domesticó” gracias a su “fuerza kamikaze”, y hay “gamberrismo” y “humor”, en un “pulso precioso” entre “tragedia y vida” en el que, al final, “gana la vida”.
“Sufrió muchísimo, pero también vivió muchísimo: se enamoró, pintó, se reía, bailó, hizo el amor… Gracias a eso sobrevivió; tenía una conexión brutal con la vida y mucha alegría. Hemos intentado que esa alegría esté”, repasa una Natalia que se entrega al “vértigo” de la representación y se confiesa “alucinada” con un personaje que le “está ayudando a mirar la vida”
Eso se transmite: al salir de un pase, un amiga le regaló tal vez el mejor regalo a un autor y a una actriz, y a la propia Leonora, un “qué ganas de vivir” da su historia.
Es decir, si superó el dolor –y consiguió lo que en tiempo real debió parecerle impensable, morir ‘de vieja’, fue gracias a la fuerza, una fuerza “conectada con la alegría”.
“Ojalá la gente no salga con una sensación mala, sino con ganas de mirar mejor el mundo y luchar por las cosas desde un sitio vital. Hay que luchar con fuerza, y para eso hay que estar enamorado de la vida y hacer el bien en nuestro entorno”, concluye Natalia Huarte, que, con toda la legitimidad de quién se está convirtiendo en Leonora, siente que “Leonora, con su fuerza, escupiría ante lo que sucede”. Sí, se refiere al genocidio en Gaza.
LA OBRA
‘Leonora’, con texto y dirección de Alberto Conejero, se estrena en el Centro Cultural Conde Duque (Madrid) los días 10, 11 y 12 de octubre. La pieza, publicada también por la editorial Pepitas de Calabaza, aborda la vida y la memoria de Leonora Carrington, pintora y escritora surrealista que marcó el arte del siglo XX. Se trata de un monólogo interpretado por Natalia Huarte, con una puesta en escena deliberadamente sobria —sin escenografía, con vestuario y luces mínimas y música de Luis Miguel Cobos— que busca centrar la fuerza en la palabra y en el cuerpo de la actriz.

Cuadro de Leonora Carrington inspirado en su paso por Santander
NATALIA HUARTE
La actriz Natalia Huarte (Pamplona, 1989) es una de las intérpretes jóvenes más reconocidas del panorama escénico español. Ha trabajado con directoras como Laila Ripoll y Marina Pimenta, y en 2019 obtuvo el Premio Max a la Mejor Actriz de Reparto por La ternura. También ha recibido el Premio Ercilla y otros galardones por su versatilidad en escena. En televisión ha participado en series como Amar es para siempre y Querer, y en cine ha trabajado bajo la dirección de Alauda Ruiz de Azúa en Cinco lobitos. Con Leonora afronta uno de sus retos más exigentes: sostener en solitario un monólogo intenso, atravesado por violencia, memoria y libertad creativa.
LEONORA CARRINGTON
Leonora Carrington (1917–2011) fue una pintora y escritora surrealista británica, figura central del movimiento junto a Max Ernst, Remedios Varo, André Breton o Marcel Duchamp. Su obra pictórica se caracteriza por un universo onírico, mitológico y feminista, poblado de símbolos, animales y figuras híbridas que cuestionan los límites entre razón y sueño. Fue también una pionera del ecofeminismo, vinculando naturaleza, espiritualidad y lucha de género en una época en que apenas se hablaba de ello.
En 1940 vivió en Santander uno de los episodios más traumáticos de su vida: tras la detención de Max Ernst por los nazis y tras una violación grupal en Madrid, sufrió una crisis y fue ingresada en el sanatorio del doctor Morales, donde fue sometida a brutales tratamientos psiquiátricos y experimentos con medicación. Ella misma lo narró en su libro Memorias de abajo, un testimonio estremecedor que denuncia la violencia ejercida sobre su cuerpo y su mente.
Tras huir, Carrington se exilió en México, donde desarrolló la mayor parte de su carrera y se convirtió en una de las artistas más influyentes del siglo XX. Su legado está presente en museos como el MoMA de Nueva York o el Museo de Arte Moderno de México. Hoy se la reconoce no solo como una de las grandes figuras del surrealismo, sino también como referente feminista y como voz indomable de la modernidad artística.