No es historia, fue propaganda
¿Escuchó alguien a la alcaldesa de Santander, Gema Igual, mostrar incomodidad con la reciente reedición del libro ‘A bordo del Alfonso Pérez’, con las memorias de las víctimas del mayor episodio de represión con víctimas del bando nacional en la ciudad?
La mera pregunta suena ridícula, extraña, y desde luego nadie se imaginaría que, si tal cuestión se le planteara, respondiera que hacerlo divide a la sociedad o que hay que mirar al futuro.
Pero hay un resorte que hace saltar a la alcaldesa cuando se plantea la posibilidad de reconocer la mínima posibilidad de que la dictadura franquista hiciera cosas malas o de que está mal ensalzar a dirigentes de una dictadura poniéndoles el nombre de una calle o plaza.
Ese es el tic que ha aflorado en cuanto se ha planteado la declaración de Lugar de Memoria del Palacio de La Magdalena o la retirada de las placas de calles franquistas de la ciudad como Camilo Alonso Vega, el ideólogo de los campos de concentración, o el General Dávila, el militar que dirigió la invasión de Santander, en una operación que incluyó asesinatos de republicanos y bombardeos de población civil.
Repasamos algunos de los ‘argumentos’ que ha empleado estos días quien representa a todos los santanderinos y no sólo a los que sienten cercanía emocional o cultural con la dictadura franquista:
-ES “INOPORTUNA”: Referida al cambio de placas, más de una década después de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, y forzada, para bochorno de quienes sí respetan la Ley, a requerimiento de la Fiscalía.
¿Cuándo hubiera sido oportuna, por otra parte, que es algo que ha estado en su mano todo este tiempo?
Nadie se imagina a una autoridad seria decir que es “inoportuna” la aplicación de cualquier Ley, y desde luego no se aceptaría que un ciudadano le planteara al Ayuntamiento que ve “inoportuno” pagar la subida del recibo de agua.
“NO HAY QUE BORRAR LA HISTORIA”: Cuesta mucho en 2025 seguir escuchando este argumento. No sólo porque quitar una placa no borra la historia, es decir, algo que ha pasado y seguirá habiendo pasado.
Sino porque una alcaldesa, en este caso una política que lleva varios lustros en el Ayuntamiento, debería saber que los nombres de las calles no son un listado de hechos históricos (si así fuera, resulta desproporcionado tener unas 40 calles de un período histórico tan pequeño si miramos a menos de medio siglo, y se podrían poner nombres a miembros de ETA, por ejemplo, cuyos atentados son hechos históricos).
La propia regidora sabe de sobra que las calles ensalzan, representan valores: por eso se ocupó de que, en cuanto fallecieron –condición necesaria-, se pusieran nombres de calles a Vital Alsar, Alberto Pico o (algo más tarde, porque claro, era republicano) Eulalio Ferrer. No debería saberlo por propia experiencia, es que el Ayuntamiento que dirige tiene un Reglamento de Honores que regula estas cuestiones.
Va otra pregunta: ¿por qué Pepe Hierro, Premio Cervantes, no tiene una calle a su nombre dos décadas después de su muerte y nadie se imagina que de Álvaro Pombo, mismo Premio, no se vaya a pedir en cuanto fallezca?
Pero hablando de borrar la historia, si alguien lo hizo, fue el franquismo, que no sólo se puso esas placas a sí mismo en vida, convirtiendo sus nombres, sus ‘mártires’, sus gestas o fracasos y sus referencias, en asuntos a la vista diaria de todos los santanderinos (es decir, convirtió la ciudad en un escaparate para su propaganda), sino que escamoteó al conjunto de la ciudad otros hechos históricos.
Porque no fue hasta hace una década cuando ha empezado a hablarse más –y no desde luego por iniciativa del Ayuntamiento- del campo de concentración de La Magdalena –el primero del franquismo, modelo para otros, toma circunstancia histórica-, el bombardeo del Barrio Obrero (el Gernika santanderino al que se la ha negado una mínima placa, sucedido el mismo día del Alfonso Pérez, del que sí hay amplia memoria colectiva sin que a nadie le incomode), la sepultura en Ciriego de Rafael Rodríguez Rapún, secretario de La Barraca, el origen republicano de la UIMP, la tortura a la famosa pintora Leonora Carrington por uno de los apellidos-saga STV en la capital, –el doctor Morales—o los asesinatos de figuras tan prestigiosas en su momento como los periodistas Luciano Malumbres y Matilde Zapata.
«Leonora pulverizó todas las prisiones a las que estaba destinada”
-“DIVIDE A LA SOCIEDAD”: Fue el primer argumentó y lo soltó al minuto, sin esperar siquiera a comprobar si en verdad se producía esa división ciudadana. La alcaldesa sobredimensiona así el sector más extremo de sus votantes, y minimiza entre ellos a aquellos a los que teóricamente les interesa la moderación, actitud que en principio les alejaría del extremismo de defender el franquismo.
-HAY QUE MIRAR AL FUTURO: La propia alcaldesa participa en actos de recuperación de memoria, con el recordatorio constante del incendio de Santander –obviando siempre la especulacion tras la reconstrucción por parte del régimen franquista a beneficio de las familias que mandaban entonces y mandaron durante décadas– o la explosión del Machichaco, entre otros.
-“NO APORTA NADA A LA CIUDAD” : Añadiendo que no aporta nada ni al progreso ni a la convivencia, en un argumento que podría extrapolarse a la devoción taurina, que cuesta dinero público y molesta a muchos santanderinos, sin apasionar a nadie más que a los muy devotos o a los que reciben la dádiva del abono gratuito.
-“SE HA HECHO SIN PARTICIPACIÓN CIUDADANA”: La participación ciudadana para el Lugar de Memoria de La Magdalena comienza literalmente ahora, que es cuando los ciudadanos podrán presentar alegaciones a lo que ha sido un primer paso. Las alegaciones, por cierto, se pueden presentar a favor. Desde aquí, sin complejos, animamos a hacerlo.
“COLAPSA LA ADMINISTRACIÓN”: Si hablamos de La Magdalena, el trámite le corresponde al Estado y es la mera declaración, si acaso, la instalación de una placa en el espacio, mientras que en lo relacionado a las calles, eso no pareció preocupar a sus predecesores cuando cambiaron los nombres de calles como Juan XXIII, las transversales de General Dávila (tipo Juan del Castillo, etc) o todo el jaleo que se montó en Entrehuertas.
-EL TRASTORNO A LOS VECINOS O LA PERVIVENCIA DE NOMBRES VIEJOS: Nos vale la misma idea, siguiendo su propio argumentario, el PP ya trastornó a los vecinos de decenas de calles cambiándoles el nombre, tanto en legislaturas pasadas de la época democrática como en pleno franquismo, cuando se decidió que el Paseo del Alta, el nombre de toda la vida, pasara a llamarse como el invasor de la ciudad.
-LA ADMINISTRACIÓN DEBE FUNCIONAR SIN IDEOLOGÍA: Cualquier santanderino que no tenga relación directa, sea de dependencia económica o sea familiar, con el PP local habrá comprobado que está fuera de muchas cosas en La Casona (adjudicaciones, oposiciones, respuestas educadas ante críticas). Y, desde luego, medidas como el apoyo a los toros o el rechazo al control de precios en svivienda denotan una ideología. ¿O se va a presentar la alcaldesa a las próximas elecciones diciendo a los votantes del PP que sus medidas no tienen ideología, que su partido no representa unos valores que se quieren llevar a la institución?
Sorprende que la alcaldesa se empeñe en confirmar un tópico asociado al partido, el de la herencia franquista –una evidencia histórica plasmada en los nombres de sus fundadores—que el PP ha tratado de desterrar buscando una legitimidad política en la transición y no antes, que queda hecha añicas con este movimiento reflejo cada vez que se menciona el franquismo o la República. Dicho de otro modo, para darle igual, reacciona como si fuera parte.
Unos argumentos (sic) al final desprenden lo mismo que otras medidas del PP de Santander como la urgencia para retirar el cartel crítico con su gestión en Puertochico, el mantenimiento en su cargo de confianza del asesor municipal entusiasta de su gestión condenado por violencia de género, las ayudas públicas a empresas taurinas o los resultados de determinadas oposiciones municipales: que la ciudad es sólo parte de unos y que el resto aquí no pinta nada, sólo está para pagar una fiesta a la que nunca han sido invitados.
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