Nietos de la arena: jóvenes cántabros de origen saharaui se mueven entre la mirada al futuro y la lucha por su identidad

Dos jóvenes cántabros y saharuis comparten en Smolny cómo conviven con sus identidades, cultura y la expulsion de su pueblo
Tiempo de lectura: 9 min

Aichetu Hamma Abdati y Sidi Mohamed Abderrahan viven en Santander. Trabajan en el mismo centro, comparten espacios cotidianos, proyectos y amistades. Se han hecho adultos en Cantabria y construyen su futuro desde esta ciudad que consideran su casa.  Son santanderinos, son cántabros, y son saharauis, nacidos en los campamentos de refugiados de Tinduf, en el suroeste de Argelia, donde resiste el pueblo saharaui desde su expulsión del Sáhara Occidental en 1975.

Llevan consigo una historia que no eligieron pero que les atraviesa: la de un pueblo forzado al exilio durante casi medio siglo, cuando Marruecos forzó una invasión de su tierra –que no otra cosa fue la marcha verde- en plena agonía de Franco y ante la inacción de Juan Carlos de Borbón, que en ese momento era el Jefe de Estado en funciones y no adoptó ninguna medida de defensa de lo que entonces era territorio español. De todo eso hace también 50 añosestas semanas de noviembre: medio siglo significa que el tiempo pasa y eso, cuando hablamos de personas,  implica que hablamos de generaciones de familias.

Ambos participaron en una mesa redonda organizada por el Centro Social Smolny y EL FARADIO,  moderada por el periodista y director de este medio, Oscar Allende, en la que compartieron desde lo íntimo su vivencia como jóvenes que han crecido entre dos culturas. Sus relatos transitan entre el duelo y la pertenencia, el desarraigo y la construcción de identidad, la nostalgia por un pueblo dividido y la denuncia por una situación política silenciada.

Una historia que empezó antes que ellos: familia, exilio y memoria heredada

En el caso de Aichetu (37 años) ella nació en los campamentos, pero su madre vivió en Zaragoza toda su vida adulta. Fue de las que regresó a casa cuando la marcha verde llenó todo de incertidumbre sobre el pasado. Lo peor lo pasó su abuela, que cruzó el desierto a pie con toda la familia. “Venía luchando con sus hijos, cargando con ellos, y se quedó ciega en medio del camino, en uno de los bombardeos”, relata. “Ha pasado por mucho. Ahora tiene 104 años” y Aichetu disfruta mucho pasando el tiempo hablando con ella cada vez que vuelve.

Aichetu creció escuchando esas historias, que definen su identidad: “Para mí el campamento es un desierto cerrado, una cárcel al aire libre”. Su padre regresó al Sáhara y no ha podido verlo desde entonces: “Es muy doloroso, y más cuando descubres de adulta cómo llegaste hasta ahí, por qué estás ahí”.

Sidi, más joven, veinteañero, vivió en los campamentos hasta los 15 años, en que una mezcla de circunstancias, pandemia incluida, hizo que este participante de programas como Vacaciones en Paz, pero también de otros, acabara aquí con una nueva familia y una nueva vida.

Para él, la historia de su pueblo ha sido siempre algo presente: su padre estuvo en la guerra y, en cualquier caso, es algo de lo que se habla en las tienda de los campamentos, en las escuelas. Todo lo contrario, como pudo comprobar él mismo, que en los colegios españoles, en los que a nuestra propia desmemoria democrática sumamos el olvido al Sáhara, pese a que durante casi un siglo ambas fueran la misma histori, pero esa memoria «desaparecía de los libros oficiales”.

El impacto de llegar a España: los primeros contrastes

La llegada a España dejó una marca profunda en ambos. Aichetu recuerda “el simple hecho de dar al interruptor y que saliera luz. Abrir un grifo y que hubiera agua corriente. Ver una mujer rubia. Ver edificios muy grandes”. Le fascinaban los árboles: “Nunca había visto árboles tan grandes”. Y el ascensor: “Todo el día subiendo y bajando”.

Sidi no olvida el primer impacto visual: “Pasé cuatro o cinco horas flipando con tanto verde. No había visto algo así”. Y el mar: “No quería salir del mar ni de la piscina. En los campamentos no hay mar”. También recuerda diferencias culturales: “En el Sáhara es normal eructar después de comer, es un agradecimiento”, ríe.

Hay de todo en la acogida en otro país: Sidi relata algún episodio de incomprensión, especialmente grave por venir de un niño, lo que le hace plantearse :

También sufren la ignorancia general –fruto de esa desmemoria, educativa y social, sólo salvada desde organizaciones de apoyo al pueblo saharaui–sobre la situación de su tierra, que les llevan a estar explicando constantemente la historia, que fueron parte de España, que Marruecos les expulsó, que unos viven en los campamentos y otros en territorio ocupado, sometidos a privaciones económicas y de libertades. Peor aún, hay quien atribuye a Sidi la nacionalidad marroquí, es decir, la del ocupante, todo un «insulto» teniendo en cuenta de lo que vienen.

El apoyo de sus familias, acostumbradas a la cultura saharaui gracias al programa Vacaciones en paz, les hizo las cosas más fáciles, tanto en la adaptación a las costumbres como en el respeto a su historia, la de su pueblo, y a la convivencia con sus familias de origen.

Adaptarse, volver y volver a adaptarse

En realidad, la adaptación es una constante para ambos, que vuelven con frecuencia a visitar a sus familias a los campamentos, lo que supone un nuevo «cambio de chip» en horarios, costumbres (por ejemplo, con la afectividad en público en forma de abrazos) o en la ropa.

No es lo más duro: está lo emocional, ver la diferencia entre sus vidas aquí y allá. Aichetu se preguntaba : ¿cómo puedo estar yo aquí bien, con mi cama, mi agua caliente, mi comida, y ellos allí sin nada? Eso me destrozó”, mientras que Sidi descubrió que «la ciudad en la que yo vivia no existía», como comprobó al acudir a una comida familiar en la que ya había nuevos miembros –hijos de primas- que no conocía. «Te das cuenta de que, al fin y al cabo, estás separado de tu familia de tal forma de que no eres consciente ni siquiera de lo que pasa», resume.

Gabriel Herrería hace hincapié en que la falta de autonomía, de independencia del pueblo saharaui respecto a su propia tierra, no va sólo de «falta de libertades o los daños económicos: son los efectos sobre la personalidad de estos jóvenes, sometidos a un conflicto constante entre su cultura, su país de origen, su gente y lo que viven aquí”.

Juventud sin horizontes y programas ausentes

Esos regresos también les sirven para ver cómo viven jóvenes como ellos en los campamentos mientras prende la falta de oportunidades. Es un pueblo muy trabajador,  que ayuda a sus familias, que se ocupa en talleres, comercios…, en los propios campamentos , en ciudades cercanas –en los que tienen que sufrir el recelo — o en otros países.

Campamentos saharauis

Sidi ha visto como de su grupo de amigos, la mitad vive en España y cómo otros les preguntan cómo hacer para marcharse. Desde Cantabria por el Sáhara, una de las entidades que gestionan Vacaciones en Paz, el programa de acogida para infancia saharaui en verano –y la innovadora experiencia con niños con discapacidad en Heras– , cuentan como muchos antiguos niños participantes ahora  están intentando llegar por mar a España.

«Perdidos» y «súper abandonados» ve a la juventud saharaui Aichetu, que reclama a las instituciones que se ‘pongan las filas’ que piense alguna solución, algún programa tipo Vacaciones en Paz para adolescentes o jóvenes, algo que ponga el acento en la formación y el empleo.

En paralelo, fruto del abandono internacional, perciben que la ayuda humanitaria, fundamental teniendo en cuenta el expolio de recursos al que se les somete por parte de Marruecos, es cada vez menor.

Aichetu y Sidi no sólo no rehúyen, sino que quieren hablar de ello, de la parte política: Aichetu califica de “surrealista” el apoyo al recientemente presentado plan de autonomía marroquí: “¿Cómo pueden decidir sin preguntarnos a los saharauis?”, cuando no se aceptaría con Gaza o Ucrania. Sidi va más allá: “España es la principal responsable. Y es la primera que se quita de en medio (…) Con cualquier otro país España actúa bien. Pero con Marruecos… parece que les tienen miedo”.

Gabriel Herrería, miembro de Cantabria por el Sáhara, completa, incidiendo en que “la pelea no es contra Marruecos ni contra la ONU, es contra nuestros propios gobiernos». «Mientras España no asuma su responsabilidad, también nosotros, como ciudadanos, seremos responsables”, señala.

 

De la memoria de los mayores a las raíces que quieren preservar

Participantes en Vacaciones en Paz

Para Aichetu, la pérdida más dolorosa es la de los mayores, porque con ellos “se está marchando toda la historia del pueblo saharaui”.  Mayores como esa abuela a la que quiere y escucha tanto, que conservan esa memoria viva, pero que se están marchando. “Nuestros abuelos son la esencia del saharaui puro”, afirma, “y se está yendo con ellos una historia que es importantísima para nosotros”.

A ellos, Sidi y Aichetu, les corresponde conciliar sus vidas aquí con el mantenimiento de un legado que, recalcan, les ayuda a ser mejores en su día a día, a ser más empáticos –ambos trabajan con personas con discapacidad–. Y destacan algunos de los rasgos de su cultura saharaui que más les gustan, como el respeto por los mayores: “Nunca se deja a una persona mayor sola. Siempre hay alguien que dedica su vida a cuidarla”, elogia ella, mientras que él ensalza la unión familiar y el concepto amplio de familia, tías y primos con contacto diario, ayudándose.

Y, por supuesto,  hablando de familias, los dos coinciden en una de las cosas que más echan de menos: la cmida que les preparan sus madres.

 


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