Los Azzam, una familia cántabra marcada por la ocupación israelí: “En temas de derechos humanos, si eres neutral, estás en el bando equivocado”
Esta semana, en la Librería Gil hay una presentación en la que se hablará sobre los españoles que combatieron a los nazis en la II Guerra Mundial, y en el Palacio de Festivales resonará una sinfonía que fue compuesta en un campo de prisioneros alemán. Es decir, casi un siglo después, la cultura sigue recordando, con un consenso muy fuerte, todo aquello: el odio organizado a gran escala e industrializado, la necesidad de luchar contra ello, el genocidio por razas, ideologías y orígenes.
Hace años, una joven estudiante de Derecho se preguntaba, al llegar a la asignatura de Derecho Internacional, cómo se podían permitir sus incumplimientos en el caso de Israel. Tiempo después, esa joven, hoy una abogada ejerciente, una madre de familia, una ciudadana preocupada, se pregunta “¿cómo puede estar pasando todo esto en el siglo XXI?”.
Esa joven se llama Yasmin Azzam y es santanderina, pero también es palestina, porque las historias que ha oído desde siempre en su familia en casa siguen vivas para ellas. Lo explica también su padre, Ghanem Fawwaz, que es un buen ejemplo de toda la mezcla de identidades que vive una persona palestina, fruto de unos ataques por parte de Israel que no empezarón hace dos años, sino hace casi un siglo.
La historia de los Azzam, que pudimos escuchar el pasado viernes en una charla en Smolny organizada por este centro social -muy comprometido, además de en las actividades para la comunidad, en la lucha en las calles contra el genocidio, para el que hubo recuerdo en la pasada edición de su Teresuca Fest– y por EL FARADIO, está atravesada desde hace décadas por la ocupación de una tierra que era suya y ya no es, por los ataques de un país que la quiere a toda costa –y a toda costa significa a costa de la población civil y nativa- y por el reciente genocidio, perpetrado, organizado y retransmitido en tiempo real.
Cuando los padres de Ghanem se marcharon de su pueblo, Hattin (a alguno le puede haber sonado por haberlo estudiado en historia, en una de las batallas-intentos de invasión de Las Cruzadas), junto al lago de Tiberíades, dejaron al ganado comida para diez días, pensando que enseguida volverían. Era 1948.
La fecha dice mucho porque es pura historia, que repasa Ghanem y cuentan los libros: tras la II Guerra Mundial, se crea sobre parte de la Palestina histórica el Estado de Israel, cuyos habitantes acudieron de todo el mundo y pasaron a no conformarse con esos límites. La familia de Ghanem nunca volvió a casa: de hecho, él mismo nació, como muchos palestinos, en Líbano (otros en Jordania, otros en otros países). Y con los años acabaría en Santander, donde lleva ya viviendo más de dos terceras partes de su vida. Todas esas identidades se cruzan en sus historias porque la sangre tira para todas esas direcciones.
DE LA MEMORIA FAMILIAR A LA DIDÁTICA EN EL ENTORNO
En Ghanem tenemos la perspectiva histórica, la que le lleva a recordar que todos los acuerdos que ha suscrito Israel los ha incumplido después, produciéndose además tras ellos episodios que no deberían olvidarse como las matanzas en los campos de refugiados libaneses de Shabra y Shatila (1982).
Yasmine es la que mantiene vive esa memoria, en primer lugar, para su propia familia, sus hijos, en una educación que hace a través del “cariño”, el “amor”, el mensaje de los derechos que se tienen por el mero hecho de ser humanos (como la educación o la salud”, o el recuerdo de que ellos son “privilegiados” porque si estuvieran en su tierra de origen, su destino sería bien distinto.
Pero también más allá, en sus entornos más cercanos, al comprobar que existe un desconocimiento que lleva a poner el punto de partida en el 7 de octubre de hace dos años, el mensaje que repite Israel como origen de todo, y que obvia ocho décadas de ocupación, de matanzas de civiles, o los dos años de destrucción de los hospitales en los que se cura la gente y nacen los bebés o de bloqueo a la entrada de alimentos y medicinas, es decir, de la más mínima supervivencia.
Yasmine ha podido comprobar cómo el exterminio del pueblo de su familia se reduce a una mirada política en el sentido más reduccionista de la palabra. Y ella siempre contesta, mezclando a la abogada con la madre y la ciudadana, “que nos dejemos de política, que es ser humanos, esto es cuestión de derechos humanos”. “Y en temas de derechos humanos y de humanidad, si eres neutral, estás en el bando equivocado”, remarca, haciendo hincapié en que, en cualquier caso, si es político hablar de este tema, mostrar apoyo, entonces no hacerlo es igual de político.
Es un camino de larga duración, en el que poco a poco va viendo como se “remueven conciencias”, o al menos el silencio, la actitud “callada, pensativa”, va dejando paso a preguntas y una empatía entre madres, entre personas preocupadas por el sufrimiento y que tienen vivo el recuerdo de la guerra en Ucrania y cómo la sociedad se volcó, a pesar que existencia diferencias notarias, y una de ellas es que Ucrania recibió apoyo en forma de armamento y solidaridad internacional que a Gaza se le niega.
«AHORA ES CUANDO MÁS FUERZA HAY QUE PONERLE A LA PROTESTA Y LA RESISTENCIA»
En general, aunque entienden que el nuevo escenario sirva para parar, para evitar la muerte y destrucción cotidiana, los Azzam matizan que esto, el contexto abierto tras el acuerdo forzado por Trump, no encaja con la palabra paz. De hecho, siguen los bloqueos a la ayuda humanitaria.
Como decía otra de las participantes en la charla, Ángeles Cabria, miembro de Cabezón por Gaza –uno de los colectivos más constantes en los últimos años en la denuncia del genocidio, promotores de las vigilias ciudadanas y del festival Cabezón por Gaza, que este mes de noviembre tendrá una segunda edición–, no es el momento “de esperar nada ni de estar agazapados para nada”.
Esta enfermera, que ha puesto el cuerpo literalmente por los derechos humanos yéndose a atender refugiados en Lesbos hace una década o embarcándose el año pasado en la Flotilla de la Libertad –y estamos citando los ejemplos más recientes—cree que ahora “es cuando más fuerza hay que ponerle a la protesta y a la resistencia”, para evitar que esto sea una “farsa absoluta”, como ya están denunciado voces de referencia de la propia Israel y el sionismo, el movimiento político expansionista que considera el territorio palestino a disposición del Estado de Israel, apunta ya a Cisjordania y tampoco hay que olvidar no sólo el vídeo de Estados Unidos que convertía la zona en un resort de lujo, sino la existencia de reservas de petróleo en la costa.
De momento los gazatíes están recibiendo los primeros cadáveres, mientras, relata Ghanem, la ciudadanía escarba “con sus manos” para localizar más cuerpos entre los escombros. Algunos han llegado incluso sin órganos vitales y el hambre, la falta de recursos de una tierra que fue rica y a la que las bombas han vuelto yerma, será difícil de erradicar. “Nunca pensé ver tanta crueldad”, apostilla Yasmine.
Porque, y enlazamos con el arranque, el recordatorio de las heridas de la II Guerra Mundial y el holocausto aún vivas y en la memoria, en años futuros, en los libros de historia se enseñará lo que ha sucedido, está sucediendo en Gaza, como un caso clarísimo de genocidio del que mucha gente sentirá “vergüenza” por su actitud ante él.
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