“Pensé que estaba loca”

Chus y Mayte, atendidas por la asociación Consuelo Berges, relatan en La Vorágine su proceso: de no reconocer la violencia de género o el maltrato psicológico a identificarla y apoyarse en otras mujeres
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Chus tiene un cuaderno del pasado, en el que escribe todas las cosas que le sucedieron en su matrimonio, para “que no se le olviden nunca”.

En su momento pasó por algo peor: no reconocía lo que le estaba pasando, relataba este lunes en la presentación en La Vorágine de la guía para mujeres que sufren violencia de género que ha elaborado la asociación Consuelo Berges, que fue la que le ayudó a salir de todo aquello.

Y eso que ella era una mujer con trabajo fijo, formación…, que no impidieron que llegara a un momento en que apenas saliera de casa o que tuviera que pedir dinero para hacerlo.

Al principio no le daba importancia, o el esfuerzo y las compensaciones de la crianza le llevaban a que no lo hiciera.

Fueron los años del “no vales para nada”, “no eres cariñosa”, “que tus hijos no se enteren de como eres”.

“Yo pensé que estaba loca, porque me llamaban loca en casa. Llegué a pesar 50 kilos. Me convertí en un trapo, en basura, porque así me lo habían dicho. Estaba muerta en vida. Tapaba lo que era evidente”,

Después se dio cuenta de que se había aferrado a esa idea de que “a mi marido le tenía que querer por encima de todo y olvidarme de mí”, sin contarle lo que le pasaba ni a su madre o hermanos: “La fachada fuera de casa era que aquí no pasa nada. No quería que sufriesen por mí, que me viesen malas caras, ni ellos ni mis hijos”.

Para Chus, el punto de inflexión fue cuando (emulando a Ramiro Pinilla) se dio cuenta de que había “perdido la dignidad”. “Y había perdido tanto que ya me daba igual y dije por aquí ya no paso”.

Fue el día que se sorprendió al ver que la psiquiatra a la que acudió la creyó, y entonces dio el paso de ir a Consuelo Berges.

Para Mayte fue más duro. Estuvo casada durante 30 años. “Él no me ponía la mano encima, pero no lo necesitaba: se la ponía a mis hijos y eso era suficiente”, recuerda.

En su caso, se sumaba un juego psicológico en el que su marido “hacía como que yo dominaba todo”, aunque en realidad “era una marioneta”. Cuando llegaba a casa, era él quien decía a los hijos que cuidado con hacerla enfadar. Ella, cuando veía que la presentaban como la amenaza, el problema, sabía que “ese día tocaba”. “Para mí era la normalidad, eso era el matrimonio”.

Pero uno de esos días en los que sabía que “iba a tocar” (no tanto la violencia física como los constantes ataques a su autoestima), su hija, de unos 20 años y que ya le había advertido de cómo era su padre, se interpuso entre ella y él, y acabó recibiendo puñetazos sobre el suelo.

Como relata Rebeca, Chus “al principio apenas hablaba y su cara era pura emoción: tristeza, rabia, enfado”, para decir luego: “todo eso que cuentas yo lo había vivido y no me había dado cuenta, pensaba que tenía una vida feliz”.

La misma Chus lo corrobora: “no entendía nada”, y, al oír a mis compañeras, “se me cayó el velo”. “Me ha costado y me cuesta llamar a mi exmarido maltratador, porque decía quera un padre estupendo”.

En el caso de Mayte, continúa Rebeca, la psicóloga, “sus ojos azules lo decían todo: tenía una mirada muy triste, abatida, pero con los ojos lo decía todo”.

“Cuando llegue yo estaba destrozada, no era persona”, confirma Mayte, que empezó a reconocerse en las historias de sus compañeras.

El proceso es duro, porque, como explica Chus, “tienes que recuperar tu cariño, tu dignidad”. “Yo quería volver a sonreír”.

Hoy Chus está incluso en la directiva de la asociación, ha sumado nuevas aficiones, y Mayte es una mujer “excepcional, independiente, emprendedora, con capacidad de sobreponerse a la adversidad”. “He recuperado las ganas de vivir”, resumen.

EL RIESGO DE LA FALTA DE FORMACIÓN DE LOS PROFESIONALES

Desde Consuelo Berges, veterana asociación en la atención a mujeres que sufren  malos tratos, advierten de la importancia de contar con recursos “para poder salir de la violencia”.

Está la denuncia, la orden de protección, el recurso al turno de oficio…. , además de recursos como las propias asociaciones o el centro de atención del Gobierno de Cantabria.

“La denuncia es importante porque visibiliza”, explica Gema, abogada de la asociación.

Y porque, entre otras cosas, libera de la posibilidad legal de no declarar contra su pareja, que hace que muchos juicios se frustren. La jurisprudencia empieza a avanzar, y si hay denuncia, entonces la víctima pasa a testigo, y legalmente un testigo tiene la obligación de declarar.

Con todo, sigue siendo importante la formación de los profesionales, añade una compañera, que llama la atención sobre como algunos no son capaces de identificar casos de violencia psicológica o derivan los casos a mediación en lugar de a denuncia.

En el caso de Mayte, por ejemplo, como la denuncia fue posterior a la demanda de divorcio, el juez le preguntó “por qué no lo había hecho en su momento”. “Yo no sabía nada de asociaciones, de nadie que me pudiera ayudar, me lo comía todo sola y la denuncia no llegó a ningún sitio”, lamenta.

MUJERES “VALIENTES Y VITALES”, LLENAS DE “ILUSIÓN Y ENTEREZA”

Son, como define Rebeca, psicóloga de Consuelo Berges, mujeres “valientes”, “llenas de vitalidad” pese a que se la quisieran “arrebatar”, de “ilusión” y “entereza”, porque “nunca os rendís: siempre encontráis la razón para seguir luchando”.

El 016 es el teléfono de atención a las víctimas de violencia de género. No aparece en la factura, pero sí hay que borrarlo del listado de las llamadas realizadas desde el móvil

Y de mucho “amor”, que se manifiesta entre ellas mismas, en esos momentos en que “que otra mujer con una mirada les dice ‘sé lo que estáis pasando”.

Ese es uno de los principales patrimonios de Consuelo Berges: la comunidad de apoyo que acaban creando.

Allí, Chus ha hecho “he hecho cantidad de amigas”, porque “tenemos algo que nos une”.

«La red de mujeres te sirve y te ayuda, encuentras muy buenas compañeras y amigas, que, cuando tienes lo más mínimo, recurres a ella y las tienes siempre”, cuenta Mayte. “Ahora tengo la fuerza que ellas me han sacado, que no sabía ni que tenía dentro”.

Mayte y Chus han pasado de estar “abatidas” y “destrozadas” a, literalmente, volar. En parapente, juntas, en una de tantas cosas que se atrevieron a hacer en la nueva vida que sucede a la que dejaron escrita en su cuaderno del pasado.

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