Embrujadas

De la fatiga pandémica a la lucha contra la brecha salarial, los demonios del machismo y el peso de los cuidados: la fatiga feminista del 8 de marzo
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En este Día Internacional de la Mujer, nos hemos acordado de la serie Embrujadas, ya sabéis, tres hermanas con poderes, más fuertes si se unían, que combatían q todo tipo de monstruos y demonios.

Y cuyo tema principal era, en realidad, las dificultades para la conciliación entre trabajo y familia.

Confesamos que no tenemos claro si era una serie de ficción o un documental.

Desde luego, tenía mucho de real:

Las mujeres, cada día, luchan contra monstruos, fantasma o sátiros, y con el otro ojo mirando a ver si todo está bien en el cuarto de los niños, en el colegio, si la casa está en orden, o si los mayores de la familia tienen alguna necesidad o están bien atendidos.

Seguro que muchas desearían poder parar el tiempo, para pausar alguna de las tareas e ir acabándolas.

Es agotador: seguro que por mucho poder sobrenatural que se tenga, las hermanas Halliwell acababan diciendo al final de la jornada, tras devolver al enésimo demonio al infierno y comprobar que lo demás estaba en orden, que ese era “el primer momento del día en que me siento».

Aunque mucho nos tememos que, en verdad, todo esto de la conciliación acaba siendo pues ciencia ficción: ni con todos los poderes del mundo se puede hoy día sacar adelante el inmenso caudal de obligaciones que acumulan, y encima el que se les presupone que tienen.

Y los monstruos no se acaban nunca: algunos, como el machismo en sus sucesivas encarnaciones diabólicas, vuelven y vuelven constantemente.

Otros van cambiando de nombre, como la brecha salarial, que se antoja como una de las puertas de acceso al infierno

CASTIGANDO LOS CUIDADOS

Metáforas aparte, el 8 de Marzo es un día importante para tener claros una serie de conceptos.

No sólo esa corresponsabilidad en el hogar y los cuidados a la que apela el día: es para hablar de como eso tiene consecuencias en el mercado laboral, y, por tanto, es un problema que traspasa la frontera del hogar.

La importancia de los cuidados (hijos, mayores, situaciones que requieren una especial atención como enfermedades prolongadas…) llevan a muchas mujeres a optar por jornadas parciales, horarios reducidos, trabajos que no encajan en especial en su formación, pero que permiten atender lo familiar.

Eso significa cobrar menos, paralizar la carrera profesional, y, a la larga, que en definitiva es de lo que hablamos, cobrar menos paro o pensión.

Es el mundo al revés: Se castiga una función social fundamental

Todo eso era, digamos, el discurso habitual, los problemas que ya teníamos antes de “todoesto”.

Pero la pandemia, ese catalizador de tendencias, ha puesto de manifiesto nuevas injusticias:

Por ejemplo, como en los trabajos que no pararon, los que llamamos esenciales, había un buen puñado de sectores en los que la retribución no está a la altura del nivel de esencial que se les quiso conceder pública e institucionalmente

Y como entre ellos estaban muchos trabajos en los que predominan las mujeres.

Hablamos de cajeras de supermercados –fundamentalmente mujeres– a las que les veíamos la cara de susto cuando no se sabía mucho del virus y aún así no pararon en algo tan esencial como surtirnos de comida.

O de las limpiadoras, en un momento en el que la desinfección de todo tipo de espacios se reveló como clave para atajar el virus, pero también para ofrecer cierta sensación de seguridad.

También estaban las teleoperadoras, declaradas esenciales aunque durante esos meses hubiéramos podido sobrevivir sin cambiar de compañía de móvil. En centros de telemarketing se dieron y han dado situaciones de falta de protección a sus empleadas, con casos como la multa a la empresa cuyos dueños son los mismos que los del Racing.

Podríamos hablar del sector de las residencias, uno de los frentes de la batalla, muy feminizado, muy precario, o de como al aflorar nuestra dependencia del sector servicios hemos recordado que buena parte del personal de hostelería son mujeres, de nuevo por las jornadas reducidas que permiten atender los cuidados.

Todo por no hablar de la trampa de la conciliación imposible de la desquiciante combinación del teletrabajo y la teledocencia, o los problemas agravados por el confinamiento de las mujeres encerradas con sus agresores; o de las prostitutas, atrapadas, hasta que se acordó la clausura de los locales, en espacios insalubres.

LA FATIGA FEMINISTA

Aunque se vea algo de luz, es cierto, estamos todos, tras casi doce meses de pandemia, agitados.

Nos han cambiado las normas de funcionamiento de la vida. Nos sometieron a un brutal test de estrés, que no tenemos claro si hemos pasado. Hemos tenido, seguimos teniendo, incertidumbre sobre nuestros trabajos, nuestras empresas y, más importante, sobre nuestras familias: si nuestros mayores han estado bien, si nuestros hijos se adaptarán a todo esto.

Pues imaginaros sumar a eso no solo la situación de desigualdad, económica y laboral, sino que cuando se pone de manifiesto, cuando se denuncia, te acusen de ser una feminazi, de estar subvencionada, de provocar una pandemia (a las que están cuidando!), que la receta para eso no es el feminismo sino no hacer nada, esperar a que todo se arregle por sí solo, que no otra cosa es la antidemocrática petición de que no haya ideologías (¿acaso queremos de verdad un mundo sin ideas distintas?)…

Y todo eso sumándole no solo lo laboral, sino todo lo que tiene que ver con la libertad y la autonomía sexual: que si van provocando, que si las denuncias falsas, que si los hombres también mueren, que si las únicas políticas de apoyo a las mujeres son las políticas de apoyo a la maternidad, porque por lo visto, las mujeres que no son madres o no son mujeres o no tienen problemas.

Añadamos escuchar como ese discurso está espoleado más allá de las barras de bar: en medios de comunicación, y en instituciones; y comprobar qué a algunos esas actitudes les salen rentable en lo económico, y, peor aún, que partidos en principio serios y con sentido de estado en lugar de repudiar estos mensajes, los jaleen.

Sí, imaginad, si todos tenemos fatiga pandémica, sumarle el cansancio que tienen que tener acumulado las mujeres que luchan por la igualdad. La fatiga feminista.

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