Joserramón enlaza santanderes

El ilustrador José Ramón Sánchez recibía este sábado la Medalla de Plata de Santander
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Sonaba la televisión y salía él pintando.  Ibas a la biblioteca municipal y en la parte infantil, entre los libros, estaban sus cuadros. Te hiciste mayor y supiste más de él, y de entre las muchas cosas que todavía te reconfortan, está el que te le encuentras cada día en su paseo  –madruga mucho—. Menudo lujo, pese a todo, de vida: el pintor de tus dibujos, el acompañante de tus lecturas, es de tu ciudad, y no sólo eso, es que te le encuentras por la calle.

Dice José Ramón Sánchez (se escribe así, pero por aquí lo decimos todo junto, Joserramón, y no necesitamos poner apellido), que “todo lo que llena el corazón, sale por la boca”,  y en realidad la frase no es suya, sino un dicho alemán.

El sábado a Joserramón le dieron la Medalla de Plata de Santander (honor compartido con figuras como Gloria Torner, Mario Camus o Manuel Arce) y lo que le salió por la boca es, sobre todo, un montón de agradecimientos (“me lo habéis dado todo, no sé qué más me podéis dar”, llegó a expresar, esquivando las lágrimas).

Y entre las cosas que contó, porque su discurso fue una historia, no un discurso, estaba el agradecimiento a quién le dio la vuelta a su biografía:

Joserramón era un niño que dibujaba, leía y veía cine, apartado de su Santander, que dibujaba a los artistas del FIS de la Porticada y que acabó exponiendo caricaturas en el Museo municipal, dirigido entonces por José Simón Cabarga (cuyos dos hijos estaban presentes en el Paraninfo de La Magdalena).

Esta figura, a quien llamar cronista de la ciudad sería simplificar mucho su biografía, fue la que le sacudió animándole a convertir eso que era un hobby en algo más: de primeras, un camino; al final, un oficio; y en definitiva, un referente.

“José Ramón Sánchez representa el formidable carisma de un santanderino del castizo barrio Camino que enseguida comprendió que, con vocación, talento y esfuerzo, desde Santander se puede conquistar el mundo”,  glosaba la alcaldesa Gema Igual en su discurso, en el que remarcaba  que “aportaciones como la suya son un lujo y contribuyen de forma decisiva a definir el perfil de Santander como una ciudad culta, ilustrada, abierta al mundo, y, sobre todo, humana”, ha sentenciado.

EL PINTOR DE UN NUEVO PAÍS

Dijo la alcaldesa en su discurso que “una ciudad la hacen todos los vecinos”, y podíamos añadir que eso tan bonito que es una ciudad y la amalgama de experiencias compartidas también es un poco la suma de muchas ciudades, en el mismo espacio y tiempo, pero también en esa historia.

De este modo, la figura de Joserramón, a quien de pequeños veíamos en su momento tal vez de plenitud, hoy un señor mayor con “cientos de nietos” (los alumnos del colegio que lleva su nombre en Astillero) nos sirve para enlazar varios santanderes, varias ciudades a lo largo del tiempo que, unidas así, se convierten en esa cadena que nos une y que hace que sea Santander.

Así, su vida de pequeño nos lleva a ese mundo de Kostkas y Escolapios, esa ciudad que en realidad era un pueblo, del cine como novedad…

Y a su padrino, José Simón Cabarga, referente de una época anterior, o a su tío, Eduardo Sánz, pintor al que enseguida identificamos con los faros en la ciudad que tiene ni más ni menos que tres (Cabo Mayor, Mouro y La Cerda, en La Magdalena).

A partir de ahí, su biografía se multiplica tanto como los frentes que abrió: pintura, dibujo e ilustración, incluyendo cortometrajes animados, metiendo en todas las casas de varias generaciones de niños, y en los proyectos de tantos adultos.

Todavía era(mos) muy crío(s) como para saber que en realidad lo que estaba pintando en realidad era algo nuevo: la Constitución para niños o la imagen de unas ciudades llenas de color, vida y optimismo, muy alejadas del gris al que las habían condenado, con las que lo retrató en los carteles de las primeras municipales para el PSOE-.

Él mismo protagonizó muchos de esos cambios, que relató en el Paraninfo de La Magdalena: podía haber tenido una vida acomodada, al menos tranquila, en la banca o los seguros. Y le dio la vuelta a su biografía,  hasta el punto de que en un sitio donde importan tanto los apellidos, en especial los que van engarzados, a él le conocemos por el nombre.

Años después, homenajearía a su padre, escribiendo cartas desde el frente, en uno de los cuadros de su serie de la Guerra Civil, expuesta en ese Museo municipal del que recordó a uno de sus directores añorados, Fernando Zamanillo. Moby Dick, las Guerras Cántabras o la historia de Santander, ese mural inspirado en Sotileza en plena calle Alta –que nos conecta a Joserramon con Pereda-, el Retablo Infantil de Manuel Llano, la mitología cántabra, su visión del Quijote son algunos de sus trabajos más emblemáticos.

La enlazada es constante, por su propia trayectoria: desde su labor editorial, en Valnera, a su propia familia, con su hijo Daniel Sánchez Arévalo –a quien recordamos como en una edición del Corto y Creo le instó a experimentar en sus películas–, dueño de un estilo personal, entre intimista y cínico, que se materializó en aquel ‘Azuloscurocasinegro’ que corrió de boca en boca hasta darle un Goya.

El cine, por cierto, que ya sabéis que es una de sus pasiones, protagonizó también la parte musical del acto de entrega de la Medalla de Plata de Santander, con canciones de películas (ese Moon river) a cargo  de un cuarteto de cuerda integrado por músicos de la Orquesta Sinfónica del Cantábrico, OSCAN.

Desde su propio domicilio en Santander ve algunos de sus trabajos, que adornan la cariñosamente llamada sala “del abuelo” en el Palacio de Festivales, con motivos suyos en clave teatral.

Es, sin duda, el Año José Ramón Sánchez (con exposiciones organizadas por la Consejería de Cultura, comisariada por Jesús Mazón, además por el volumen que viene presentando con UNATE, la Universidad Permanente), igual que el pasado fue el Año Gloria Torner. A ambos, por cierto, les pudimos ver charlando en la terraza del Palacio de La Madgalena. Ella quería tararear el Himno de la Alegría, que falta hace. Es otro de nuestros lujos, qué suerte tenemos.

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