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De la muerte a la vida, ACCAS mira en su cumpleaños su pasado y los retos de futuro para las personas con VIH

La Asociación Ciudadana Cántabra Antisida afronta el reto de luchar contra el estigma y de mejorar la calidad de vida después de que los tratamientos hayan logrado convertir el VIH en una enfermedad crónica
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No hace tanto. En 1995, se consiguió que los pacientes con VIH en Valdecilla tuvieran con sus menús los mismos cubiertos que los demás. Hasta entonces, eran desechables, contra el criterio de la OMS. Le faltaba fumigarlos, vamos.

Es sólo un ejemplo de los muchos recortes, historia viva, que todavía se almacenan en los archivadores de ACCAS, la Asociación Ciudadana Cántabra Antisida, junto a noticias de reivindicaciones, jornadas, conciertos o eventos solidarios en los que lograron implicar a personalidades como Almódovar o Mikel Erentxun), que amarillean junto a escritos de usuarios a los que se ayudaba a hacer reclamaciones ante la administración, viejos carteles en los que se daba teléfonos para contactar e ir creando lo que tan importante era, apoyo, comunidad en torno a quienes todo se empeñaba en darles de lado.

Y fotos, también: de la furgoneta que recorría zonas para ayudar en la reducción de daños (la sustitución de jeringuillas, reparto de preservativos), de reuniones, viajes, con las caras que se fueron incorporando, con las que se fueron marchando.

A Carmen Martín, que lleva en la asociación 28 de sus 31 años de existencia, se le quiebra la voz al recordar cómo en esos primeros años los voluntarios e integrantes de la entidad acudían a unos entierros en los que no había ni familiares.

Asistir en la muerte era la urgencia (Carmen, coordinadora de la asociación, recuerda las pérdidas, con nombre, año y anécdota), y también acompañar en lo sanitario, pero pronto vieron la importancia de la educación: ir a colegios e institutos a hablar de salud sexual, de respeto, de diversidad, de aceptación, de identidades. No es fácil hoy, entonces era peor, y agravado por la sombra del estigma: estaban recientísimas las noticias alarmistas que hablaban de la “peste gay”.

Un día alguien aprendieron a reciclar papel y alguien quiso vender un cuaderno. Hicieron cuentas, y dijeron, pues mejor hacerlo y venderlo nosotros. De ahí surgió Dínamo, el taller en Muriedas, en el que tuvieron una oportunidad aquellos a los que nadie quería contratar y que todavía hoy ayuda a personas en situación de vulnerabilidad y con dificultades de inserción laboral.

Ahora ACCAS celebra sus 31 años. 30 años y un recuerdo, han llamado el acto que se celebra este viernes en la Biblioteca Central y en el que se juntaran todos los que quieren y rodean a la asociación para compartir historias, recuerdos y alguna sorpresa.

A los 30 años, podría decirse –estamos simplificando mucho porque nos viene bien para el texto—es cuando la vida va asentándose, cuando parece algo más cerca la estabilidad laboral, la vivienda o la familia.

Eso en ACCAS significa tener músculo para seguir atendiendo situaciones de vulnerabilidad –con el impacto que supuso la pandemia, que cuadriplicó sus usuarios con necesidades básicas–, ser capaces de salir a la calle en el primer Orgullo estatal en torno al VIH y estar integrada en el movimiento asociativo a nivel estatal, desde la confederación CESIDA o Trabajando en positivo, que se centra en luchar para que lo que no haya discriminación laboral, negativa a contratar, por lo que no deja de ser una cuestión de la salud.

El “espectacular” avance médico en el VIH aún no se ha reflejado en la plena inserción laboral

Bien posicionados en la atención a la vulnerabilidad, en la educación por la diversidad y en la lucha contra el estigma, el reto ahora es hacer ver que el inmenso avance sanitario y científico ha logrado convertir lo que se presentó como una sentencia de muerte en una enfermedad crónica, con necesidades específicas como cualquier otra dolencia crónica, que está permitiendo que haya personas mayores con VIH, abuelas del VIH, y es un día tan bueno como cualquier otro para recordar que los tratamientos han conseguido que la carga viral se reduzca hasta ser indetectable. Y si es indetectable, es intransmisible.

«Con menos de 30 años, había perdido un hijo y tenía una infección que no pensaba que me pudiera ocurrir a mí»

Repasamos estos años con Carmen Martín en esta entrevista, que se emitirá el viernes en EL FARADIO en ARCO FM.

 

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