Instrucciones para recordar a Marcos

Texto leído en la fiesta de homenaje a Vicente Marcos, (Marcos el del Rvbi, impulsor del Rvbicón o Sol Cultural, celebrada este fin de semana en la santanderina calle del Sol
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Uno: hay que pensar en su barba poblada, muy poblada, como de marinero o de filibustero o de náufrago. Hay que pensar en sus rizos y, sobre todo, en Marcos ensimismado en la barra del Rvbicón, a veces muy serio y otras con una media sonrisa, mientras con el dedo índice de su mano derecha hace tirabuzones en su pelo.

Dos: hay que pensar en su chaleco, abrochado casi siempre. Si se lo quitaba, era para ponerse la camiseta de las fiestas de la calle del Sol.

Tres: hay que pensar en sus calcetines de colores. Amarillos, rojos, naranjas, de rayas, de lunares, estridentes, llamativos. Asomaban entre los zapatos y los pantalones y dejaban entrever una luminosidad que le salía de dentro. Alguna otra prenda acostumbraba a llevar con colores chillones, pero de eso, mejor, no hablaremos aquí…

Cuatro: hay que pensar en su risa. A veces se manifestaba a través de grandes carcajadas y, a veces, a través una risita  espasmódica contagiosa que le hacía mover los hombros y la cabeza y el pecho en ligerísimos y rapidísimos movimientos de arriba abajo.

Si habéis seguido las instrucciones, ya estaréis viendo con claridad a Marcos, a Vicente Marcos. ¿Qué más cosas podemos decir de él? Veamos. Marcos era capaz de estar callado durante horas, apenas monosílabos salían de su boca, pero luego, de repente, como si se hubiese roto la esclusa de una presa y comenzase a salir a borbotones toda el agua embalsada, se ponía a hablar sin parar y podía estar más horas hablando de las que había estado callado. Es de sobra conocido que podía permanecer en silencio hasta las tres de la mañana y cuando llegaba el momento de cerrar el bar y la gente, agotada, comenzaba a replegarse, él se activaba de repente y decía eso de: “¿Os vais ahora? ¡Pero si es el mejor momento!”

Los que tuvisteis conversaciones telefónicas con él, lo sabéis: Para hablar por teléfono con Marcos había que reservar, al menos, media tarde o media mañana, nada de llamar para charlar con él solo cinco minutos. Eso no era posible, una cosa llevaba a la otra y cuando te querías dar cuenta había pasado medio día y tú seguías ahí, con el teléfono pegado a la oreja, con el brazo ya dormido de sujetar el teléfono, hablando con Marcos. Si quedabas a comer con él o pasabas por el bar cuando estaba cerrado, te dabas cuenta de una cosa: Sabía escuchar, fijaba la mirada y tenía paciencia y dejaba decir, no interrumpía y pensaba en lo que el otro le estaba diciendo.

Marcos decía que la música no se le daba bien, que no había nacido para eso, ni para tocar ni para cantar. Lo que si supo hacer fue cuidar a los músicos, tenía un don para eso. Los trató siempre con respeto, valorando su trabajo y creando
un espacio adecuado para que pudieran ser escuchados. Mandaba callar a quien fuera que hablase en medio de un concierto y en alguna ocasión, nervioso y molesto, abandonó la barra, paró el concierto y se colocó entre el público y el escenario abriendo los brazos, para defender y proteger a los músicos y exigir silencio. Lo que hizo por la música en esta ciudad, no puede valorarse de tan valioso que fue todo lo que hizo.

Hizo muchas cosas gracias a su tenacidad castellana, tan diferente de la tozudez o la cerrazón más propia de los montañeses. Su tenacidad, impermeable al desaliento, fue el motor necesario para la transformación del Rvbicón en un espacio emblemático a nivel nacional para los músicos de jazz y fue ese tesón castellano necesario también para que fraguara esa maravilla, esa feliz anomalía en la vida santanderina, que fue Sol Cultural.

Sus amigos saben que si tenía que discutir, discutía. No se amilanaba. Defendía  con convicción sus ideas, incluso de forma acalorada, pero, pasado un rato, podía estar riéndose con ese mismo amigo como si esa discusión no hubiese tenido lugar. Era dialogante y respetuoso con quienes pensaban como él y con quienes pensaban distinto a él. No se plegaba, pero dialogaba y confrontaba con respeto e inteligencia. Era generoso y discreto, era un tipo normal y no se daba ninguna importancia. Le incomodaba el protagonismo y es probable que, si se nos apareciera ahora, estuviese feliz de ver la calle así de nuevo y su Rvbicón abierto, pero, enseguida, comenzaría a protestar, nos recriminaría que qué demonios estábamos haciendo, que no hacía falta que le hiciéramos ningún homenaje y que a quién se le había ocurrido hacer ese cartel con un retrato suyo.

Y luego, se pondría a dar abrazos y a charlar con unos y con otros y pediría una cerveza.

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