
El Orgullo calienta las calles
Es la manifestación del Orgullo una de las más atípicas de las que se producen en las calles. A los ‘sospechosos habituales’ de las manifestaciones por otras causas se suman muchas, muchísimas, caras jóvenes. Eso significa mucha diversidad de lemas y vidas, muchos móviles, mucha energía en las voces, casi hasta desgañitarse.
De Puerto Chico a la Plaza del Ayuntamiento, –en un recorrido que se va generalizando y que vamos notando que engaña porque primero parecen pocos y luego se revela la multitud.. vimos los carteles sueltos, la pancarta general, la percusión, el orgullo crítico y las distintas banderas que representan al colectivo. Que al final la manifestación, unas 2.000 personas, por el centro, ocupando el espacio público en colectivo, va de visibilidad, y eso no sólo significa banderas (y lemas) sobre algunos aspectos que no siempre se destacan como la bisexualidad o la asexualidad, sino que se abre también a la solidaridad con Gaza ante su exterminio por parte de Israel.
Bajan al reclamo de la conmemoración de los disturbios de Stonewall en los años 60, cuando la comunidad LGTBI se alzó, sin pedir permiso, contra la recurrente represión policial, grupos enteros de estudiantes, incluso más chicos de lo que dice el tópico del escoramiento de los jóvenes a la extrema derecha. Preocupan, en los lemas y pancartas, y mucho, por supuesto, esos discursos y sus efectos reales sobre sobre la vida cotidiana de muchas personas. «Si a ti te cansa oírlo, a nosotros vivirlo» fue uno de los lemas más significativos, entre recuerdos a la necesidad de libertad, diversidad, de vidas sin juicios y derechos sin permisos, a la disidencia y la ruptura, alegre o rebelde (no son excluyentes), de la norma, de la obligación de ser de una única manera.
Es distinta esta manifestación, convocada desde Alega, la asociación histórica y de referencia del colectivo, y Cantabria No Se Vende, no sólo porque se va preparando días antes con las charlas didácticas, sino porque provoca mucha curiosidad en las calles.
Señoras en silla de ruedas que aplauden a su paso (muchas referencias a la discapacidad y mucha visibilidad también, en la propia cabeza de la marcha), toda una boda mirando a su paso por la Catedral (y entre recordatorios de los abusos a menores por parte de sacerdotes y su encubrimiento por la jerarquia). Asoman entre las terrazas y las tiendas, al paso de las oficinas y aseguradores, sorpresa, curiosidad, un poquito de escándalo, pero no rechazo, incluso sonrisas de quienes recuerdan que esté estallido de visibilidad era impensable no hace tanto, como incluso de complicidad.
Y –frente a la confusión de ayer del Ayuntamiento al que se le escapó una proyección en la fachada de un feliz navidad– sol, mucho calor, mucho sudor y nada de eso le restaba energía, teniendo en cuenta que venían de una mañana con pregón y mensaje, y que quedaba tarde, con la entrega del premio Aleguita (un reconocimiento a la necesidad de espacios seguros personificado en el bar Haddock, con el omnipresente Dani, sede de muchos encuentros formales e informales) y la lectura del manifiesto, en el que había espacio para la defensa de los derechos o para la mirada internacional: todavía hay países en los que ser lgtbi es una condena de muerte, mientras que en territorio europeo, en la cercana Hungría, se intentó prohibir la marcha reivindicativa y aquí mismo las redes afloran discursos –sobredimensionados pero reales- con tópicos que parecían olvidados. Nada de eso reduce el paso: porque peor que el sol fueron, recordaban las mayores, los años de sombra.
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