El expolio cultural. San Quintín como reflejo del conservacionismo santanderino

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Hace unos pocos días José Ramón Saiz Viadero ha presentado nuevo libro: ‘Galdós en San Quintín. La frustrada Casa-Museo santanderina y otros escritos’. Esta vez retoma su pasión por Pérez Galdós para hablar de la casa que se hizo construir el maestro en nuestra ciudad. Esa casa, o su pérdida más bien, es una herida que llevamos las galdosianas con pena.

Don Benito amó a tres ciudades. La natalicia, Las Palmas, por razones obvias aunque de la isla salió muy joven. Luego Madrid, amor perdurable que retrató en casi toda su obra, tanto que es imposible desligar ese Madrid castizo retratado por Galdós del real. Pasear por la capital es ejercicio galdosiano, pues en cada esquina del viejo Madrid se sueña con una Fortunata que asoma su rizada cabeza sorbiendo el huevo con el que cautivó al Delfín, mientras la dulce Jacinta con doña Guillermina rezaban en San Ginés y doña Bárbara preparaba casorio de Juanito de la Cruz… Esperamos a los chulos de planta corajuda con faca y capa que manteaban la oscuridad en busca de revoluciones y mesones baratos…Galdós amó a Madrid y esta le supo corresponder.

Y luego tuvo un idilio mal correspondido con Santander.

Llegó a la ciudad en principio, quizá solo como descanso a sus muchas tareas capitalinas, nos contaba Saiz Viadero; pronto se cautivó por la tierra y la gente de Cantabria. La amistad a prueba de política y de divergencias con José María de Pereda, Menéndez Pelayo y tantos más, llenaban sus tardes de jugosos aquelarres semánticos, mientras que, en sus mañanas, dedicaba tiempo a sus quehaceres de escritor y labriego. Porque si de algo se sentía orgulloso el maestro no era tanto de su obra literaria, sino de sus tomateras, sus patatas, los conejos y las gallinas con gallo mandón que surtían la huerta.

El sabio, en sus primeros años, habitaba en hospedaje o en casas de alquiler, fueron más de veinte años que vivió en precario en nuestra ciudad hasta que surgió la idea de construir su paraíso en 1892. Y lo hizo cerca del promontorio del Camello, allí donde se adivina la Magdalena vislumbrándose las anchuras del Sardinero.

Fue su única propiedad porque el maestro era -no sabría decir si manirroto o generoso- con sus dineros. Bien es cierto que sus numerosas compañeras o amantes (llámense como guste) le supusieron dispendio ya que apreciaba a las mujeres de plaza y barrio y una vez enamorado las colocaba bien. Eran años donde una mujer, o tenía marido o pencaba con penurias variadas, así que al hombre el amor le salía caro. Por lo que con desvelos y mucho esfuerzo se construyó San Quintín.

Diseñó los muebles y la casa junto con el arquitecto Casimiro Pérez de la Riva. En sus paredes colgaban cuadros sobre sus obras, en el despacho la máscara mortuoria de Voltaire, para escándalo de piadosos visitantes y un retrato de Richard Wagner, así como el cuadro que le pintara Sorolla. Escribió en San Quintín ocho novelas, catorce Episodios Nacionales y once obras de teatro. Le acompañaban sus hermanas Carmen y Concha, así como María, la hija que tuvo con Lorenza Cobián.

Trabajó como un penado para hacer y mantener su finca, esa casa donde era feliz. Galdós y San Quintín pusieron a Santander en el mapa de la cultura europea de su tiempo, convirtiendo la mansión en un ágora perfecta donde se conversaba, se escuchaba música y se confraternizaba gentes de distintas ideologías unidas por amor a la palabra sin acritudes infantiles. Recibió a innumerables personalidades que dejaron seña y gusto en la ciudad.

Solo la enfermedad y la cercanía de la muerte impidieron que Don Benito tomara el tren allá por Mayo para venir a su casa. Solo la muerte cerró la puerta de esa mansión abierta a la cultura, a la amistad y al mundo.

Fallecido el escritor, su hija María, a duras penas pudo mantener la casa, terciaba en las Españas la dictadura de Primo de Rivera. Malos tiempos para conservar el mausoleo del republicanismo de don Benito, de su gusto por la libertad y el socialismo, por lo que fue deteriorándose la mansión sin que mano amiga lo remediara. Después de la guerra civil fue vendida a personas que poco o nada respetaron el sacrosanto edificio perdiéndose manuscritos, obra pictórica, muebles…Hasta que la piqueta, en épocas más cercanas, cercenó el docto edificio.

De San Quintín queda un muro y los alegres azulejos que sobresalen de la monotonía de la calle que lleva el nombre del maestro. Nada más. Se perdió un tesoro que hubiera reportado a la ciudad visitas culturales y riqueza tangible, como ocurre con la Casa Museo de Las Palmas, alrededor de la cual se ha tejido una maraña cultural que atrae cada año a miles de personas de todos los países. El pasado año en mi visita a la exposición que sobre el autor realizó la Biblioteca Nacional de Madrid, contemplé desolada la gran pérdida que habíamos sufrido. Muchas de las cosas expuestas (manuscritos, muebles, el maravilloso armonio, cuadros, fotos…) llevaban el rótulo debajo que decía: “proveniente de San Quintín”

Mal se guardó el amor de Galdós por nuestra ciudad. Mal pagamos su apego perdiendo realizar una casa museo de San Quintín que glorificara el tiempo que pasó el maestro entre nosotras.

Yendo en el autobús municipal turístico, pude escuchar desde que entrabamos en la Avenida de la Reina Victoria, el panegírico que se dedicaba a los reyes de España que veranearon en el Palacio de la Magdalena. Toda la santa avenida la pasó la voz en off contando las vicisitudes (las contables, las escatológicas, no…) de sus Majestades y ni una sola mención al maestro. Ni una sola vez la voz que nos mostraba las delicias de la ciudad nombró que en esa esquina hubo una vez una casa llena de libros, de arte, de cultura. Un ágora llamado San Quintín.

Tuve ocasión de reclamar a las autoridades competentes (alcaldesa y director de cultura) en un homenaje que se le hizo al sabio con motivo del centenario el pasado año en el que participaba, que se mencionara algo, por poco que fuera, al bueno de don Benito en esa visita turística. Se me prometió cumplir la suplica, esperemos que después de la pandemia se haga algo al respecto.

Claro, que habrá que saber si las autoridades competentes saben quién y qué supuso para Santander, Don Benito Pérez Galdós.
Termino con una frase de mi querido amigo y maestro, Ramón Saiz Viadero, que dice con sorna: “Santander, ciudad muy conservadora, que no sabe conservar”.

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