«Olvidar Ravensbrück es olvidar la historia de las mujeres»
A lo largo de la vida, seguro que todos hemos escuchado historias terribles relacionadas con lo sucedido en la Alemania nazi y durante la Segunda Guerra Mundial. Porque fueron muchas y no todas se las ha llevado el viento. Algunas se desgranan en los libros de historia y son un reflejo del nivel de barbarie que se llegó a alcanzar en el siglo XX.
Pero no todas se cuentan lo suficiente. Hay muchas historias que han quedado sepultadas o silenciadas y también sirven para hacer una composición más completa de lo que ocurrió en el, probablemente, peor momento de la historia de la humanidad.
A Fermi Cañaveras le encanta la historia contemporánea. Y además es de la opinión de que los pasajes de personas normales, desconocidas, son muy valiosos para avanzar en tener un decorado completo de una situación. Ella se estaba dedicando a investigar la manera en que el Partido Comunista de España (PCE) se organizaba en la clandestinidad, cuando España sufría los rigores de la dictadura franquista.
Y en plena investigación le sobrevino algo muy diferente. Quería saber cómo era la perspectiva de las mujeres del PCE, y una de ellas le dio un nombre: Isadora Ramírez. Se trataba de una mujer «que vivió en la calle Atocha de Madrid y era de familia republicana, pero ella, su madre y su hermana acabaron en Ravensbrück, y ella terminó siendo prostituta», cuenta Cañaveras en una entrevista con EL FARADIO DE LA MAÑANA, en Arco FM.
A partir de ese momento, la autora comenzó a buscar toda la documentación posible sobre ese campo de concentración. Estaba situado al norte de Berlín, y fue otro de esos lugares donde el horror se apoderaba de todas las personas que terminaban allí. Pero este tenía unas características muy concretas.
En un primer momento, Ravensbrück, que se abrió en 1939 (uno de los primeros), fue un campo sólo para mujeres. Y sirvió como base para montar toda una red de prostíbulos. Cañaveras cuenta que Auschwitz tuvo el suyo propio, siendo como fue el campo más grande de todos. Pero desde este otro se hacía una labor de reclutamiento de prostitutas que después se iban moviendo por este tipo de instalaciones donde la tortura y el exterminio eran el modus operandi cotidiano.
El nivel de crueldad con las mujeres de este campo de concentración hiela la sangre. «Cuando llegaban las mujeres, decidían si servían para ser prostitutas». Hacían esa distinción. Las que no servían pasaban a ser presas comunes y «les cortaban el pelo». Las demás pasaban a convertirse en «putas de campo». Esa era la definición. Y para que no se les olvidara, les tatuaban en el pecho esa expresión en alemán: FELD-HURE. «Debajo del tatuaje les ponían un triángulo invertido negro, el color más bajo que te podían poner en un campo de concentración, para las lesbianas y las putas, y debajo del triángulo, el número de reclusa. Estaban marcadas de por vida». De esa expresión sacó Cañaveras el título del libro, publicado con la editorial Molinos & Gigantes y que está a punto de comenzar su segunda edición.
A la hora de comenzar a reclutarlas, los nazis engañaron a las mujeres. «Las primeras fueron prostitutas de la calle de Berlín, les prometieron ir allí a trabajar con un sueldo». Pero eso no se cumplió. En el campo tenían barracones para presas y presos «y al lado los prostíbulos».
Ahí no terminaba el sufrimiento. Las prácticas que Cañaveras ha podido constatar iban mucho más allá. En un lugar insalubre y donde las enfermedades campaban a sus anchas, las prostitutas también eran objeto de experimentos. Y sus bebés también. «Les encantaba que las prostitutas se quedaran embarazadas, había un pabellón para ellas. Las llamaban las conejas», relata.
Muchos de los hijos que tuvieron corrieron la peor de las suertes. «Cuando decidían que un niño no podía vivir, le tiraban un cubo de agua fría». El resultado de eso fue que «muchas mañanas, las prostitutas salían para trabajar y tenían que esquivar cadáveres de bebés».
También hubo mujeres españolas en Ravensbrück. La escritora cifra en «60 o 64» las que se vieron obligadas a ejercer como putas de campo. Pero ellas no querían hablar. Pesaba demasiado el estigma sobre ellas para dar a conocer su vivencia.
Aunque resulten historias muy duras, incluso difíciles de leer, Cañaveras se convenció de que tenía que reflejar esta realidad porque supone contar la historia de una manera muy diferente a como se suele contar. «Siempre se habla desde el punto de vista de los hombres». Siempre protagonistas de la historia, pero luego hay otras muchas, más pequeñas, pero que merecen la pena contarse. «Olvidar Ravensbrück es olvidar la historia de las mujeres». Una frase que le dijeron en el proceso de investigación a Cañaveras y que se le ha quedado grabada.
Como grabada se le quedó Isadora Ramírez. Esa mujer española a la que su padre le puso el nombre inspirado en la bailarina Isadora Duncan, que «simpatizaba con los movimientos obreros y la Revolución Rusa, y que cantaba la marsellesa al terminar de bailar».
La de Isadora Ramírez (suya es la foto de la portada del libro) es una historia como hay varias entre mujeres españolas. Personas que no vieron más posibilidad que el exilio tras la Guerra Civil, y que llevaban consigo «el estigma de ser viudas o mujeres de rojos», señala Cañaveras.
Algunas de las mujeres con las que la autora pudo hablar para conocer a fondo lo sucedido le contaban que se vieron perdiendo tres guerras: la primera, la civil española, la segunda, pese a que la contienda mundial se ganó, fue el no poder volver a España porque estaba la dictadura, y la tercera, la peor de todas, «la del olvido».
Por eso, Cañaveras considera que lo que ha hecho con ‘Putas de campo’ es «justicia» y también un «homenaje» a todas esas mujeres que padecieron en Ravensbrück, el último campo de concentración que se cerró, el 30 de abril de 1945, tres meses después de Auschwitz. Cuenta que, una vez que los nazis fueron conscientes de que perderían la guerra, «empezaron a llevarse presas a Ravensbrück y las cámaras de gas también, para seguir matando mujeres».
En la conversación con la escritora afloran más historias, como la del Comando de las Gandulas, mujeres que también estuvieron en ese campo de concentración, no como prostitutas, y que lucharon para intentar que allí nadie muriera asesinada. Y en ese grupo una de las figuras destacadas fue otra española, Neus Catalá.
O también el caso de varias mujeres de nacionalidad polaca que se presentaron voluntarias para ir a Ravensbrück para intentar hacer la revolución desde dentro del campo. Trataban de obtener información de los nazis para ver de qué manera se podía ganar el conflicto bélico. «A un nazi borracho o en la cama se le podía sacar mucha información», pensaban.
Cañaveras ha tratado con esta novela de «crear conciencia y que se hable de la prostitución en los campos de concentración». Y le parece inevitable traer estas historias al momento actual, donde no hay nazis gobernando ni campos de concentración en Europa, pero la prostitución sigue vigente. «Hoy no son nazis, son proxenetas, pero se sigue vejando, torturando y violando a mujeres», expresa.
Piensa la autora que el tema de la prostitución sigue siendo muy complejo en España. De hecho, aquí ha encontrado muy poca documentación para poder armar la novela, ha encontrado «mucha más en francés y alemán, son países donde se habla sin tapujos de prostitución».
Sin embargo, recuerda que ya en 1931, durante la II República, Clara Campoamor ya hablaba de la abolición de esta práctica, y «se aprobó en 1935 en un decreto». La prostitución llegó a estar prohibida y hoy, 87 años después, está vigente, aunque asoman intenciones por parte del Gobierno central de abolirla. Y a la autora de ‘Putas de campo’ le parece que ya es momento de llegar a ese punto.
A Cañaveras se le han quedado muchas historias por contar después de los cuatro años de investigación que ha realizado para escribir esta novela. Hasta el punto de que no descarta que pueda haber otro libro sobre este tema. De momento, el primero será presentado este viernes en la librería La Vorágine de Santander (19:30), donde la autora estará acompañada por María Toca, compañera de La Pajarera Magazine.