¿A quién le importa?

Un recorrido distinto por nuestras calles, mirando las presencias y ausencias de los rostros anónimos que viven en la calle
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Vivo en un barrio del centro de Santander. Una zona donde los turistas forman parte de la vida cotidiana, al igual que otros a quien no sé muy bien cómo describir, pero con los que me cruzo cada día.

Está el que aborda a los viandantes en la Plaza de Pombo, pidiendo que le echen una moneda en su arrugado vaso de cartón; está el chico negro que se sienta en una pequeña silla con un cartel pidiendo ayuda. A veces se coloca en el Paseo de Pereda y otras en la Plaza de Pombo. Está el que suele llevar una guitarra y, a veces, se arranca a tocar y cantar con bastante arte, por cierto. También veo todos los días al pasar a uno que parece vivir en un colchón colocado en la entrada de un local vacío.

Uno que siempre va en chanclas y cubierto con una especie de pareo se pasa los días abriendo los contenedores y organizando él solo la recogida selectiva del centro de la ciudad. Saca los plásticos del contenedor de orgánico y los tira en el de color amarillo, las botellas que encuentra las deposita en el azul…

Hay un hombre canoso que siempre lleva a un perro montado en un cochecito que transporta de acá para allá. Está el señor que lleva meses con varias capas de prendas de abrigo y unas cuantas maletas sentado en un banco de Puerto Chico. Por las noches, se desplaza unos metros y se tumba a dormir en la entrada de un banco. En realidad, se tumbaba porque, hace unas semanas ,colocaron una persiana que cierra el espacio que ofrecía cobijo a ese vecino que pasa los días escuchando un pequeño transistor y almacenando libritos que fabrica recortando hojas de publicidad, periódicos y distintas publicaciones.

Hace tiempo, por estas calles estaba omnipresente una chica menuda con una mochila sobre los hombros, peinada con una coleta alta morena y corriendo de acá para allá, ofreciendo un dibujo o unos versos a cambio de algunas monedas.

Foto: Carlos Atienza

«PORQUE TÚ, PORQUE TE»

Durante un invierno entero durmió en los soportales de Santa Lucía otro de esos vecinos al que veo habitualmente sentado en el escaparate de una sucursal del Banco de Santander: «porque tú, porque te».  Así, mientras este hombre pide una moneda, en el cartel de detrás, la publicidad dice: «porque tú mereces un coche, porque tú mereces una casa, porque tú mereces unas vacaciones….», la lista sigue.

Foto: Carlos Atienza

A algunos los conozco. Se llaman Saray, Jose, Lucas, Enrique….De otros no sé nada.

Y sucede que, algunos, han desaparecido sin dejar rastro. Unos lo hicieron hace tiempo, como la chica de la coleta, con la que tuve la suerte de entablar una bonita amistad y por eso sé que, por primera vez en mucho tiempo, este año pasó las navidades en una casa que se ocupó de decorar, con la ilusión de una niña, con luces, espumillón, árbol y hasta un nacimiento. Ya ha pasado más de un año desde que consiguió salir de la calle. Dice que es feliz y está llena de planes que han conseguido dibujar una sonrisa permanente en su cara. Bastó con que alguien confiara en ella y le ofreciera su apoyo para conseguirlo. Yo me quito el sombrero ante esas personas y ante las organizaciones que hoy están ahí a su lado.

Foto: Carlos AtienzaDesapareció hace algo más de un mes el que se sentaba en la fachada de la sucursal del Santander. Un día pasé por allí y no estaba. Pregunté en la cafetería que está al lado. Una chica me dijo que llevaba dos días sin aparecer por allí. Con él hace más de año y medio que mantengo contacto. Sé muchos detalles de su vida que él mismo me ha contado, pero sucede que no tiene teléfono, lo que dificulta mucho contactar con él. ¿Estará enfermo?, ¿Le habrá pasado algo? No soy familiar, no puedo andar preguntando en instituciones ni hospitales, por la ley de protección de datos.

Finalmente conseguí saber de él después de dar unas cuantas vueltas. Entre tanta burocracia, siempre hay personas capaces de entender realidades que no están descritas en ninguna ley.

Estaba en el hospital. Me agradeció sinceramente que le hubiera buscado.

Cuando le conocí, dormía en Santa Lucía junto a otro que, un buen día, desapareció. Leí en la prensa que había muerto ahí mismo. Delante de todos. Por eso ya no estaba.

Y me pongo a escribir porque, desde hace unos días, hay otra ausencia en el barrio. El banco de Puerto Chico que ocupaba nuestro vecino el de las maletas, el transistor y los cuadernillos, está vacío. Pregunto y nadie sabe. Pienso que no ha podido irse solo, que tenía un montón de cosas con él y que han tenido que ayudarle en el traslado. Y me quedo con la incógnita de no saber dónde estará. Quiero pensar que tal vez alguien le haya tendido la mano y que ahora se encuentre en un lugar digno donde pasar sus días. «Porque tú, porque te»

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