“Todas las personas nos vamos a romper en algún momento de nuestra vida”

Iván Garrido nació con VIH, pero no reniega ni del virus ni de la historia familiar detrás: también nació con un don que le permite ayudar a otras personas.
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Iván Garrido se pasó tanto tiempo de pequeño en el hospital que ese era su espacio “seguro”, su “casa”, y las enfermeras, “su familia”. Tanto, que cuando volvía a casa, buscaba motivos para regresar al hospital.

La complejidad del VIH, con numerosas cuestiones sanitarias asociadas, hace que los pacientes desarrollen una relación muy especial con los internistas de los hospitales, estos profesionales que tienen una perspectiva muy integral de la salud.

En el caso de Iván, que nació con VIH y a quien le pronosticaron que no iba a sobrevivir (todavía a los cinco años le daban tres meses más de vida) su internista era como su madre: le examinaba las notas, le echaba broncas, le enseñó a usar preservativo…

Y escribir el prólogo de su libro fue lo último que hizo antes de jubilarse. Era uno de sus niños, de sus supervivientes: “me salvó la vida, pero se le murieron muchos”. Eran 500 en esa planta, sobrevivieron menos de 20.

Tiene algo Iván Garrido que hace que las mujeres con VIH le adopten. VIH y maternidad son palabras que no siempre han casado bien: en los años de plomo, cuando no había tratamientos y los medios usaban todo tipo de términos apocalípticos, el VIH parecía más una condena que algo que se pudiera ligar a lo que en suma supone un nacimiento, la pura vida. Cuando hablas con mujeres con VIH te cuentan que uno de los aspectos que más incomprensión y sufrimiento les ha deparado ha sido su deseo de ser madres.

Le pasó a Loli Fernández, presidenta del Comité Ciudadano Antisida de Asturias, que perdió a un hijo muy pequeño y que tendría aproximadamente la edad de Iván. Conocerle “dio sentido a la muerte de mi hijo”.

“Es el hijo de muchas mujeres que vivimos con VIH , el hijo que hemos deseado, el hijo de una mujer que vivió con VIH. Es el hijo de todas”, corroboraba Carmen Martín, coordinadora de ACCAS, la Asociación Ciudadana Cántabra Antisida, embarcada ahora en una carrera electoral que podría llevarla al Parlamento en la lista de PODEMOS-IU, que recordaba por ejemplo cuando tuvo que dar un paso atrás en la visibilidad pública que ha abanderado en su trabajo para no perjudicarle.

Y se lo confirmaba Iván a ambas, encargadas de presentar a Iván Garrido y su libro ‘La belleza de las cicatrices’, el pasado viernes en La Vorágine: “sois mis mamis”.

“NO VOLVERÍA A NACER SN VIH”

El tópico dice que hay una palabra alemana para definir cualquier realidad o sentimiento. Japón no se queda lejos: el kintsugi es una técnica japonesa de reparación que en lugar de esconder las huellas de lo roto, las realza usando colores dorados.

Él lo ha convertido en el nombre de su proyecto, en una filosofía que explica en su libro ‘La belleza de las cicatrices’.

Un libro que, ojo, no va del VIH, sino de la “belleza de las cicatrices”, partiendo de una gran verdad, que es que “todas las personas en algún momento de nuestra vida nos vamos a romper”. Sin embargo, “la sociedad nos ha enseñado que tenemos que esconder las cicatrices”, por eso él abandera esa filosofía de “salir ahí y decir que te encuentras mal”.

Es lo que ha aplicado a su propia vida, una historia hacia la que siente “amor” y que “no juzga”.

De hecho, reivindica que “no volvería a nacer sin VIH”, que la persona que es Iván Garrido “tiene VIH” y que su madre “le regaló un don”. “ Un don cojonudo, el poder que tengo de ayudar a las personas”, por lo que recalca que a su madre no le tiene “nada que perdonar” y sí dar las gracias.

Como no es una historia sobre el VIH, ni tampoco una de superación al estilo de los libros de ayuda, vale para todos, al fin y al cabo, “todas las personas nos vamos a romper en algún momento de nuestra vida”. Y, en general, “todo el mundo sobrevive, pero nadie lo hace sin secuelas”.

SEROFOBIA INTERNA Y RECHAZO SOCIAL

Ya en Tik tok comprobó que su mensaje “era muy necesario”. En las redes sociales ha encontrado “admiración” y “mucho amor”, y ha abierto una brecha en medio de los filtros, la idealización de la belleza, los estilos de vida impostados y los discursos de odio.

También ha confirmado la existencia de la serofobia (el odio o rechazo a las personas con VIH), con una variante: años de estigma mediático y social han generado una serofobia interna de personas con VIH que contactan con él pidiéndole ayuda, pero que, por ejemplo, no le siguen o no le dan me gustas por si eso deja una huella visible en las redes que les relacione públicamente con alguien con VIH, pese a que el virus “no entiende de identidades, orientaciones, etc” (pone el ejemplo de un positivo de un señor de 85 años).

Porque cuando se conoce el diagnóstico de VIH, además del “rechazo social” hay que luchar contra la propia imagen que cada uno se hubiera construido del VIH, por lo que anima a rechazar la culpa, una emoción que en psicología se considera construida socialmente, no presente de forma natural ni que cumpla una función útil como podría ser el miedo.

Carmen Martín, coordinadora de ACCAS, anfitriona de Iván en su visita a Cantabria, y posicionada según las encuestas para entrar en el Parlamento de Cantabria, abundaba  recopilando historias que ha conocido desde su trabajo con personas en situación de vulnerabilidad, para muchas uno de los principales problemas es “la dificultad para afrontar la soledad no deseada”, a veces adelantándose a que se vaya a producir, lo que provoca efectos como las adicciones a fármacos para dormir.

Pese a todo, mucho ha cambiado: tanto Loli, de Asturias, como una de las participantes del público, mujeres con VIH ambas, son abuelas.

Según recuerda Carmen Martín, el VIH ya “no mata igual”, el problema es el acceso al tratamiento, que sufren en especial las personas no diagnosticadas.

Porque, y hay que recordarlo siempre, el avance en los tratamientos ha logrado que el VIH sea indetectable.  Y si es indetectable, es intransmisible.

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