V de Guevara

Del cambio en Fradejas a los apartamentos turísticos, los dos extremos de la calle resumen los cambios urbanos en Santander
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Había una atracción en las Ferias que, bueno, que entonces era como lo más: en uno de esos pseudo vagones, primero te iban subiendo por una vía arriba, y al llegar allí, tras un pequeño momento de parón, bajaba hasta volver a subir por otra vía, simétrica. Podría dar muchas vueltas describiéndola, pero si digo la V se entiende de sobra.

Y luego está Acevedos-Guevara. Unas cuestas que conocí bien porque vivía cerca: buena parte de mi vida, como la de tantos en la zona, se basaba en esquivar esa cuesta, Acevedos, dando el rodeo por Vía Cornelia, llegando desde la Travesía Isabel La Católica (podía valer Florida) hasta las escaleras de Recaredo. Y eso que tenía la ventaja de tener una tienda de electrodomésticos (Guillermo), algo que hoy parece ciencia ficción, como nos lo parece hoy que hubiera ferreterías en el Paseo Pereda. Y las hubo.

Acevedos empieza abajo, detrás del Ayuntamiento, en la Plaza de la Leña (en serio, ¿dónde está la plaza? ¿en el mismo sitio que la de los Remedios? ) y va subiendo, subiendo, hasta que se cansa a la altura de lo que fue la carnicería, luego la autoescuela Mola, cuando decide volverse la calle del Monte.

Y al otro lado de la Plaza de la Leña (siéntate en el centro en un banco, venga), está Guevara, para muchos, la calle de Manolo, que, una vez subida la cuesta, se cansa del nombre y pasa a ser Prolongación de Guevara (que podría ser un poco nombre de señora: “¿Qué tal está hoy, doña Prolongación?”).

Acevedos-Guevara es, esencialmente, una V llena de memoria, a su manera.  Lo sabe muy bien Santatipo, cuando intentó rescatar el rótulo de La Mejillonera, el lugar al que iría si tuviera una máquina del tiempo (servicio público: la salsa de las bravas la tenéis en La Crisis, en Pérez del Molino; y en la Gavilans Tavern de Liencres).

Por ahí detrás está una de las calles que más me fascina: la calle Jean Leon, el nombre elegante de Ceferino, que se fue tras el incendio y acabó montando un restaurante en Hollywood, dando de cenar a las estrellas y, dice la leyenda, sirviendo a Marylin Monroe su último plato de pasta. Hay libros y obras de teatro sobre Ceferino, pero está tan olvidado  en su ciudad –cuesta encontrar su vino, que hay una marca de vino con su nombre, en bares,  por ejemplo- que su calle no es una calle, es una placa, porque difícilmente podemos llamar calle a una calle sin portales, sin número. Las calles están para vivir y nadie vive en Jean Leon.

Tirando por Prolongación (“Parece que refresca, póngase la Rebequita, dona Prolongación”) estaba el Caracol, donde se conocieron unos amigos de mis padres, luego matrimonio, un día que había toro mecánico y ya sabéis lo que une eso).

Era una locura de calle, casi una meca del diseño, con una tienda de vaqueros que no tuvo más remedio que decorarse con maderas a lo cabaña del oeste.

Sigue quedando Manolo, por cierto. Sin Manolo y con toque mejicano, con su carne y hasta el mismo papel de envolver las hamburguesas o las rabas.

Daba Federico Santatipo esta mañana la voz de alarma, recogiendo varios mensajes y un tuit de Carlos Sopeña sobre el cambio que puede avecinarse  en Fradejas, durante muchos años el único autobús que pasaba por un barrio en el que costaba encontrar algún rasgo que recordara que se estaba en el Ayuntamiento de Santander. Decorada así, en el exterior, como un bus, la cafetería, antes self service –realmente si llegabas a Manolo te quedabas antes–, va camino de albergar otro establecimiento, parece que un kebap, nada que decir, salvo la reflexión, alarma, sobre qué será del cartel, que será de la memoria, que será de las ciudades.

Subidos a la V de los cambios urbanos y la desaparición de lo que tuvimos –ya no estoy hablando de tiendas ni comercios, sino de barrios y lazos –, esperamos a que el vagón baje de Prolongación (“¿Qué hacemos con este pollo, doña Prolongación?) y retroceda hasta el otro palito, Guevara, que hoy huele a alquitrán y sudor porque están renovando el asfalto. Era inevitable, al fin y al cabo, pese a que no lo pareciera, pero era el centro, como los primeros números de la calle Castilla, como la calle Madrid, donde los últimos negocios en abrir están siendo, lo adivináis, sí, hoteles, apartamentos turísticos. También aquí.

Podían ser bares –perdón, queríamos decir franquicias hosteleras, que es lo último que está abriendo porque son los únicos que resisten ya el ritmo rentista, pero eso lo queríamos para otro texto-, pero en esta zona no (no de momento).  Seguimos subidos en la atracción, gritamos un poco, sabemos que el viaje tampoco durará mucho más, al fin y al cabo, nuestro turno se acaba.

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